sábado, 30 de enero de 2010

José Antonio Carbonell nos descubre el Monte Origo


José Antonio Carbonell Pla (Murcia, España, 1959). Novelista, cuentista y corrector de textos, compagina su labor literaria con su profesión de empleado público. Cursó estudios de Filología Hispánica. Estudioso de los clásicos griegos y latinos, así como del Siglo de Oro español.
Es coautor de las obras didácticas Quiero ser poeta (primer premio al Mejor Libro Educativo para Niños en los International Latino Book Awards 2009) y Escribamos cuentos, ambas publicadas por LetraRoja Publisher en la colección Oruga.

Su relato Tengo un cuento sobre mi mesa fue publicado en la antología Tarta de Manzana y otros relatos (Bohodón Ediciones, Madrid, 2009).

En septiembre de 2009 se publicó su novela El monte Origo (LetraRoja Publisher, Orlando, FL, EEUU).

Miembro fundador del grupo de autores iberoamericanos Camagua y colaborador de la revista literaria del mismo nombre.

Una entrevista de Francisco Javier Illán Vivas.

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Pregunta.- Tu novela El monte Origo comienza con que “muchos sueñan con que algún día, en alguna aldea del mundo, nazca un ser especial, dotado de la capacidad de sobreponerse a la intrínseca maldad humana...”, ¿de verdad cree el autor en esa frase, o es para situarnos en un mundo de fantasía, de ciencia ficción o en una ucronía?
Respuesta.- Es el origen de las religiones: el descontento del hombre. Si seguimos viviendo, pese a todo, es porque en el fondo confiamos en que esto tiene que cambiar, aunque nos produzca pudor expresarlo. Los cristianos, como los musulmanes y tantos otros, creemos que una vez vino un enviado. Tengo la impresión de que el fin último de las religiones es la espera constructiva de una nueva llegada. El problema surge cuando, tal como sucede en la novela, para la mayor parte de nosotros sólo aparece un hombre justo, y no somos capaces de entenderlo.


P.- Debo confesarte que no he buscado en Internet el nombre, topónimo, entrada o cualquier otra término que me llevara a Origo, por eso desconozco si existe o no. Pero me gustaría que me ubicases el pueblo de Torcegada, que está en España.
R.- Origo, -inis es un sustantivo latino que significa origen. Si la novela se atreve a formular alguna tesis es la de que en el retorno del hombre a sus orígenes (respetando la naturaleza y sintiéndose parte de ella) está la única salida posible al atolladero en que estamos metidos. Por eso el cura explica que el nombre de ese monte parece provenir de los romanos, quienes ya debieron de advertir el mensaje que se escondía en sus entrañas.
Intencionadamente, la palabra España no aparece ni una sola vez en la obra. Se habla de un país que aún sufre las consecuencias de una guerra civil (¿cuántos no?). Para nosotros, que vivimos aquí, por la concurrencia de determinados hechos y personajes es obvio que Torcegada se encuentra en España, pero no quise localizar demasiado el escenario, porque creo que esta historia podría ocurrir en cualquier rincón del mundo, con las pocas variantes oportunas en cada caso.
La localidad de Torcegada es imaginaria. Con tanta nieve, puede usted situarla en cualquier zona montañosa del norte de España, como los Picos de Europa o los Pirineos. Torcegada significa torre ciega, un nombre que no quise usar por coincidir con el de una localidad real de esta región, que nada tiene que ver en la historia. Así que, recurriendo al castellano antiguo, lo construí utilizando los términos tor (torre) y cegada.


P.- “La ceguera de la torre iba a extenderse también a los corazones de muchos de sus habitantes”, ese es para mí una de las claves de la novela. ¿No está ocurriendo algo parecido en el mundo actual? ¿No hay una ceguera de corazones en un mundo que ve como el cambio climático puede llevarlo a desastres desconocidos y, sin embargo, el dios Consumo es cada vez más adorado, lo que provoca más consumo?
R.- Sin duda, algo que me interesó especialmente resaltar fue que la historia acontece en un mundo de ciegos, unos ciegos del alma, que conservan perfectamente el sentido físico de la vista, pero que no quieren ver nada más allá. Por eso entiendo que se trata de un tema universal, no local.
Me entristece y me asusta pensar que, en los aspectos que Vd. menciona, todos somos vecinos de ese pueblo.


P.- Duras palabras, y dura realidad, esa de que la nobleza congénita amenaza al hombre bueno con una terrible soledad, que acaba siempre por anegar su vida.
R.- En mi opinión, es lamentable pero real. Precisamente por todo lo que ya hemos comentado, el que se distingue de los otros está condenado al destierro social. Se nos educa para la pillería y la picaresca (¿o hay alguien que triunfe más rápido que los sinvergüenzas?); se nos enseña a ser vengativos; el perdón está desterrado de nuestro código de conducta… La sociedad moderna es como una apisonadora que pretende uniformarlo todo. El que sobresale o se distingue es aplastado de inmediato. Por ello, esa sociedad produce cada vez más individuos solitarios que, en medio del formidable entramado de comunicaciones de que disponemos, viven encerrados en un cascarón de miedo y apatía. Tratar de practicar la bondad y la generosidad en ese estado de cosas resulta francamente heroico.


P.- Otra frase lapidaria “el ser humano se empeña en destruir lo bello cuando lo estima inalcanzable”. Sobre la naturaleza humana dedicas, a lo largo de la novela, frases semejantes, como esta otra: “lo traicionera que es la naturaleza humana y la maldad que anida en el corazón de los hombres”. Poca confianza tiene el autor en la Humanidad.
R.- En primer lugar, como autor procuro no identificarme necesariamente con la voz de mis narradores ni de mis personajes. Entiendo la instancia narrativa como un factor más dentro de una historia, cuyas valoraciones pueden coincidir o no con las del autor. Cuando éste desea hacer oír su propia voz, tiene a su disposición géneros idóneos como el ensayo y el artículo, no la ficción.
Dicho esto, debo reconocer que en las cuestiones a que alude su pregunta soy pesimista. Ningún animal, que yo conozca, se ocupa febrilmente de destruir su entorno natural sólo para conseguir una ganancia efímera; exactamente lo que nosotros estamos haciendo. Incluso entre nosotros mismos, como especie, parece que hayamos entablado una guerra sin cuartel, casi siempre disfrazada de competencia económica, hasta que alguna de las tres o cuatro civilizaciones imperantes acabe por hacerse con el mundo. En el plano individual, estamos en guerra permanente con el vecino molesto, con el conductor que no respeta nuestra preferencia, con el extranjero que creemos viene a quitarnos el pan y con todo lo que se mueve. Será un tópico, pero es cierto que la Tierra es una gigantesca nave en la que viaja una ingente tripulación, que a día de hoy ha demostrado su incapacidad de consensuar un rumbo común y trabajar por él. Esto no tiene buen aspecto, amigo mío.
Debo añadir que, pese a todo, y como nos enseñaron los filósofos griegos, guardo siempre una sonrisa para el último instante, cuando, perdida toda esperanza, nada pueda empeorar más.


P.- “La vida religiosa, entendida desde el ámbito de los cristianos, se reducía a una simple lucha contra uno mismo y contra el pecado para alcanzar egoístamente la salvación individual”, creo que Ángel, en ese momento, nunca había escuchado el Credo de Nicea-Constantinopla, o el mismo conocido como Símbolo de los Apóstoles, por ejemplo.
R.- Probablemente sí lo había escuchado en algunas ocasiones en la celebración de la Misa, pero, al parecer, los ejemplos que veía al salir de la iglesia no hablaban precisamente de lo mismo que minutos antes se proclamaba en el interior del templo. Parece comprensible que un espíritu en extremo generoso como el suyo se escandalizase por aquella aparente incongruencia. De cualquier modo, y como a todo el mundo, la madurez le ayudará a distinguir los infinitos matices que median entre el blanco y el negro.


P.- ¿No hay demasiada bondad en Ángel?
R.- Así pensará cualquier lector que se encuentre con un personaje como éste. Ésa es la misma reacción de los habitantes de Torcegada y es, para mí, una de las claves de la novela: la “maldad” está tan asumida por la especie humana como algo natural y hasta necesario, que el “bueno” despierta recelos y, en el mejor de los casos, es tachado de tonto (así lo leí en una amable reseña de la novela aparecida en otro medio). Cuando un temple como el de Ángel pueda parecernos verosímil y nos sintamos capaces de aceptarlo, algo habrá empezado a cambiar.


P.- El anacoreta Gaspar nos envía un mensaje muy de acuerdo con las proclamas actuales de los organizaciones ecologistas: “no es feliz quien posee muchas coas, sino quien menos necesita”. (O lo que es lo mismo, consumir menos para vivir mejor).
R.- Lo habitual es agarrar una pancarta y lanzarse a la calle a gritar consignas ecologistas. Y no digo que esté mal, pero además, cada uno tiene que poner en práctica lo que predica. Gaspar vive un ecologismo silencioso pero efectivo. Hace muchos años que abandonó lo que llamamos civilización para meterse en un agujero en el monte y prescindir de todo lo superfluo. En la novela intento mostrar que ejemplos como el suyo —quizá sin llevar las cosas tan lejos— pueden cundir, como ocurre con Ángel y con alguien más, aunque a la mayoría aún nos falte valor para imitarlos, siquiera parcialmente. De nuevo, aquí el autor se identifica con el personaje y está convencido de que la verdadera felicidad está muy lejos de los bienes de consumo. En este sentido, la novela pretende ser un canto a la vida sencilla.


P.- En el mundo de tantos avances tecnológicos que mientras pueda ir describiéndolos quedo desfasado, del consumo compulsivo, del usar y tirar, de la Isla de la Basura que asfixia parte del océano, ¿es posible que “seamos capaces de desprendernos de lo superfluo para ser más ricos en conocimiento y en verdadera sabiduría”? ¿Es posible eso en este mundo?

R.- Me cuesta creer que, con la inercia consumista y depredadora que nos domina, eso sea posible. Lo que afirmo es que es imprescindible. Pero el peso de las iniciativas que realmente frenarían la destrucción del planeta —si es que aún estamos a tiempo— no está en manos de la gente, sino de los gobiernos. Y estamos hartos de ver cómo éstos no parecen muy inclinados a ceder en sus resultados económicos en bien del suelo que pisan. A estas alturas, todavía se discute sobre reducciones de un 20% de las emisiones tóxicas a la atmósfera a un plazo medio, cuando creo que las medidas a tomar habrían de ser mucho más enérgicas y definitivas. Peor para todos.


P.- Tu novela también nos va paseando por la historia de España, la historia más reciente. Y aprovechas para dar breves pinceladas que sitúan la acción en momentos históricos, lo cual la hace más cercana al lector.
R.- Las guerras —es indiferente dónde acontezcan— inoculan en la gente grandes dosis de egoísmo, miedo y resentimiento, que permanecen durante generaciones. Tal es el ambiente que se respira en Torcegada, como en tantas localidades de todo el mundo, muchos de cuyos habitantes han visto correr la sangre por las calles en nombre de quién sabe qué oscuros ideales patrióticos. Pero si la novela cae en manos de un guatemalteco —circunstancia que me consta ya se ha producido— también él conocerá en sus propias carnes o en la mirada temerosa de sus padres el fantasma de una guerra civil, y sabe muy bien de qué le hablo. El escenario en que se desarrolla la historia de Ángel, por desgracia, es universal.


P.- Permíteme cambiar de tercio e ir a tu actividad creativa. Has publicado relato, poesía, novela. ¿Dónde se encuentra más a gusto José Antonio Carbonell?
R.- En lo referente a poesía, participé en coautoría en una obra didáctica que pretende mostrar los fundamentos de la poesía a los más jóvenes (Quiero ser poeta, LetraRoja Publisher, Orlando, FL, 2007), obra que presenté en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México) de 2007, y que luego resultó galardonada en los International Latino Awards 2009, en EE UU. Aunque conozca y haya trabajado en la técnica poética, el ser o sentirse poeta, más que una dedicación, es un estado del alma.
En cualquier caso, me considero fundamentalmente narrador, en concreto, novelista, tarea en la que ahora vuelco toda mi dedicación. He escrito novela histórica (La Cruz de Hattin) y ahora estoy terminando algo que podemos encuadrar dentro de la novela gótica. Me gusta experimentar diversas técnicas narrativas, siempre en busca de una identidad como escritor que nunca acabará de fraguarse y que camina paralela a la propia vida. ¿Quién sabe qué demonios escribiré mañana?


P. Esta pregunta la suelo plantear a casi todos los poetas que entrevisto. En el mundo de las prisas, del iPhone, del cambio climático, de la pandemia por H1N1, ¿qué sentido tiene la poesía?

R.- Algo parecido le preguntó a Borges un periodista despistado (nada que ver con usted, Sr. Illán, que, entre otras cosas, es un gran poeta), y el insigne autor le respondió con otra pregunta: «¿Y para qué sirven los pájaros?».
Desde mi humilde punto de vista, más de ser humano que de escritor, compadezco a quienes hayan perdido la capacidad de cerrar los ojos y soñar. La poesía no es un invento; está en la esencia misma de las cosas, en la mirada de la mujer que amas, en la palmada amistosa del compañero, en un día frío y lluvioso, en el dolor de una pérdida. Al igual que la música, la poesía tiene la facultad de despertar nuestra fibra más sensible, ésa que desde hace mucho tiempo dejamos adormilada en aras de la prisa y el agobio los hombres del siglo XXI.


P. ¿Cómo es tu actividad creativa? ¿Cuánto tiempo le dedicas? ¿Cuándo escribes?
R.- Escribo cuando puedo y me dejan. Es una lucha, porque, para llenar el frigorífico, hay que trabajar en otros menesteres que nada tienen que ver con la literatura. Fundamentalmente, dedico a escribir las tardes y buena parte de los fines de semana, siempre a costa de la paciencia de esa santa compañera que todavía me aguanta, y a la que debo infinita gratitud. Pero usted sabe igual que yo que también escribimos mientras paseamos por la calle, en la ducha, a la hora de comer e incluso durante el sueño. Esto se lleva en la sangre y acabamos aprendiendo a mirar el mundo con ojos de escritor.


P.- No sólo de letras vive el hombre. ¿Dónde podemos encontrar a José Antonio Carbonell Pla en la red? ¿Le dedica mucho tiempo a ella?
R.- Casi me avergüenza reconocer que prácticamente toda mi actividad en internet gira en torno a las letras. Especialmente, estoy en permanente contacto con mis compañeros escritores, buena parte de los cuales residen en el continente americano. Hago promoción de mi novela en Facebook, visito blogs literarios y aprovecho los recursos gratuitos que se ofrecen (DRAE, DPD, Wikipedia, etc.). La red es un tesoro documental casi infinito y en constante expansión, y para mí se ha convertido ya en una herramienta indispensable.
En cuanto a otros usos, digamos más lúdicos, me persigue constantemente la sensación de estar perdiendo el tiempo cuando no leo o escribo. Manías…


P.: Y como esta sección se llama Hablando de Libros, el futuro de los mismos, ¿cómo lo ves?
R.- Mi editor, Miguel Castro, me confirma que en la reciente Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México) seguía apostándose fuerte por el e-book o libro electrónico. Está claro que muy pronto se habrá extendido, y todos tendremos nuestro lector digital, que nos permitirá llevar en el bolsillo cientos o miles de obras y disfrutarlas en cualquier momento y lugar. Sin ir más lejos, mi novela El monte Origo estará pronto disponible en ese formato. Pero creo que el libro en papel no tiene sustituto posible. El tacto del papel y la cubierta, el olor de la tinta y los materiales, el sonido de las páginas al pasar… son detalles que permiten gozar a fondo del placer de la buena lectura, algo que nunca podrá igualar un dispositivo electrónico, que nos dejará plantados en mitad de un buen capítulo, justo cuando el protagonista vaya a descubrir el misterio que casi le cuesta la vida, …porque se acabó la carga de la batería.


Un placer haber charlado contigo.
No tan grande como el mío. Gracias.

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