domingo, 28 de junio de 2009

Isabel María Abellán y el silencio perturbado



Isabel María Abellán, Cartagena, 1962, se presentó como escritora con la novela La línea del horizonte. Ha participado en las antologías El corazón delator y 13 para el 21. Ha publicado también El último invierno y otros relatos. Es colaboradora del periódico literario Irreverentes y colaboradora en Radio Murcia- Cadena SER.

El silencio perturbado ganó el III Premio Internacional Vivendia de Relato.

Una entrevista de Francisco Javier Illán Vivas

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Pregunta.- Según se puede leer en el acta del jurado que otorgó el premio Vivencia de Relato, su obra, “bajo la apariencia de un estilo suave y una sensibilidad femenina, se esconde un alegato duro contra la represión, las dictaduras y la imposición de leyes, costumbres y normas”. ¿Se siente definida usted en esas palabras?
Respuesta.- Sí, totalmente. Viví los últimos años del franquismo. Era demasiado pequeña para entender nada. En mi casa no se hablaba de política, a mi alrededor tampoco. Sin embargo con trece años me detuvieron, junto con otros amigos, por leer en público poesías de Antonio Machado. Aquel día tuve mucho miedo porque pensé que mi padre se enfadaría conmigo y me castigaría. No fue así, ni siquiera me riñó. Fue la primera vez que no me castigaron por hacer algo de las tantas cosas que había prohibidas. Pero durante toda mi infancia, hasta que salí del colegio de religiosas en el que estudié, siempre estuve castigada, por casi todo, por preguntar cosas que no se debían preguntar, como por ejemplo: “por qué si Dios es amor permite el sufrimiento”. Por llegar un minuto o dos tarde a clase. Eso suponía quedarme una hora, o dos, o tres, sola en la clase, cuando todas las niñas salían a las cinco de la tarde. (A veces a la hermana se le olvidaba que me había castigado y se hacía la hora de la cena). Verdaderamente me castigaban casi todos los días por que no iba a misa de 8 por las mañanas. Mi padre decía que era muy temprano y no me dejaba. Yo sí quería ir, pero sólo quería hacerlo para librarme del castigo. Tengo un recuerdo atroz de aquellos últimos años de la dictadura. El silencio a mí alrededor sobre casi todo, los castigos incesantes en el colegio. Después, me convertí en profesora de historia y descubrí que todas las dictaduras son igual de terribles.


P.- Los veintiocho relatos contenidos en El silencio perturbado se mueven entre lo real y lo imaginario, pero también entre lo real y lo deseado. ¿Qué desea la autora que no encuentra en la realidad?
R.- Quisiera no haber perdido a las personas que me hicieron feliz. Tuve una mala infancia, pero mis abuelos eran para mí una isla de paz y alegría. La pena es que sólo los veía cuando iba a Cartagena, no siempre con la frecuencia que yo hubiera deseado.


P.- Durante la lectura de su libro, hubo momentos en los que pensé que los relatos estaban encadenados. Así lo destaqué en el comentario que escribí para Acantilados de papel: La iglesia, La aparecida, El ladrón de naranjas… en cada uno de ellos cita algo que después aparece en el relato siguiente.
R.- No soy consciente de eso. Una amiga me dijo que el silencio era una palabra que se repetía en muchos de mis relatos. El silencio es muy importante para mí. Pero no soy consciente de que exista un hilo conductor entre los relatos. Los escribí a lo largo de dos años, en momentos distintos, con motivaciones diferentes.


P.- El lector encontrará silencios, pasado, deseos inquebrantables, rodeados de la bruma de lo irreal y el misterio, pero con personajes muy reales, ¿podría decir que muy conocidos por usted?
R.- Depende. Sólo hay personajes reales en unos pocos relatos, en “El tiempo errante”, en “Barcelona 1978”. En el relato más difícil de todos para mí, “La fila derecha, la fila izquierda”, en “Nuestro secreto” y en el último, en “Los días apacibles”. Todos los demás están inventados. Otra cosa es que exprese en ellos cosas que yo deseo.


P.- ¿Vivió usted en Cartagena? Se lo pregunto por que el mar aparece tantas veces en sus relatos.
R.- No he vivido nunca en Cartagena. Tenía 18 meses cuando trasladaron a mi padre. Pero es verdad, no puedo vivir sin el mar. Siempre hemos veraneado junto a él. Era lo mejor después de un año encerrada en el colegio. La sensación de liberación. Cada poco tiempo necesito ir a verlo.


P.- “…Habían conseguido detener la voracidad insaciable de los constructores…”, fragmento de Reencuentro por navidad, nada tiene que ver con el turrón del anuncio, pero sí con aquellos que vivimos en el levante español.
R.- He hablado mucho con mis amigos de este tema. La celeridad con la que todo cambia. En pocos años, el paisaje que amabas desaparece bajo el asfalto y el cemento. ¿Qué será de nosotros cuando hayamos perdido nuestro entorno natural? Para mí es el más valioso de todos los patrimonios. Creo que nuestra Región es aún hermosa, lo que no sé es hasta cuándo lo será.


P.- ¿Cuánto hay de Isabel María Abellán en esta obra? Y, en especial, en esa figura recurrente del profesor o profesora de colegio o escuela.
R.- Me gusta ser profesora. Un día me preguntaron mis alumnos dónde había aprendido a enseñar de la manera en que lo hago. Les dije la verdad. Cuando aprobé la oposición me juré a mí misma no repetir nunca lo que mis profesores hicieron conmigo. Hace pocos años les hablé a mis alumnos de Segundo de Bachillerato de la Institución Libre de Enseñanza. Una forma de entender la enseñanza completamente diferente, alejada del academicismo, abierta al debate y a la investigación, sobre todo a la libertad de expresión. Los alumnos pueden ser muy inteligentes si les das la oportunidad de demostrarlo. Me pidieron que no cambiara. Lucho por no defraudarles.


P.- Quiero hablar de un relato en particular, Los dos amigos, y lo hago por que, cuando leí el libro, anoté a pie de página: “deja la historia para que el lector adivine”. ¿Era esa su intención?
R.- No, no es un relato abierto. Entre abril y mayo me he recorrido un montón de centros de secundaria leyendo mis relatos. Recuerdo una profesora de literatura del Alfonso X El Sabio que me dijo en relación con ese relato: Me dejó helada ese final, sin embargo, sé que hay gente así de malvada. El lector no tiene que adivinar nada, la clave está en el penúltimo párrafo, cuando el padre extrae las cartas del cajón de su mesa de trabajo, las que había escondido durante todos aquellos años.


P.- Conforme avanzamos en el libro, la figura de la muerte tiene una presencia más destacada. Así ocurre en Un domingo en el fútbol, Barcelona 1978 y Nuestro secreto, por citar unos ejemplos.
R.- “Un domingo en el fútbol” es un relato que empecé a escribir varios días después de que una alumna muy querida se acercara al terminar la clase para decirme que sus padres se habían separado. Su dolor inspiró ese cuento. “Barcelona 1978” es el terror que me producen las dictaduras con sus desaparecidos. ¿Se puede vivir sin saber qué fue de tu hijo arrebatado una noche por los esbirros de un régimen dictatorial? “Nuestro secreto” es mi pequeño homenaje al gran hombre que fue el abuelo paterno de mi hijo. Siempre le agradeceré todo lo que quiso e hizo disfrutar a su nieto.


P.- “Le enseñó lo más difícil, a observar en silencio”, escribe usted. En este mundo de las prisas, de los ruidos, de las bataholas más bien, ¿es posible reencontrarse con el silencio?
R.- Yo no dejo de buscarlo. Lo necesito. Por eso voy a ser radical y voy a renunciar a muchas cosas. He perdido el silencio, los últimos años han sido muy intensos, pero ahora tengo que aprender a regresar a él, si no lo hago corro el peligro de desaparecer yo misma.


P.- He subrayado muchas frases de su libro. Esta, por ejemplo, “a veces la vida docente es tan intensa que llegaba a estresarle” quiero que me sirva de introducción para preguntarle por su proceso creativo. ¿Cuándo y donde escribe usted?
R.- Esta pregunta enlaza con la anterior. Hace diez años empecé a escribir de forma disciplinada. Es decir, todos los días durante varias horas. Lo hacía y lo hago en vacaciones. Más adelante vinieron las colaboraciones semanales en la SER y las mensuales en la revista literaria Irreverentes. Empecé a escribir tardes sueltas, los fines de semana. No sé, necesito recuperar la constancia y alejar la prisa. Por eso le hablaba en la pregunta anterior de la necesidad de recuperar el silencio, eso significa volver a la calma, a la escritura pausada. Significa volver a disfrutar con las cosas que hago.


P.- Se dio a conocer con una novela, pero desde entonces ha publicado relatos y cuentos. ¿Dónde se siente más cómoda Isabel María Abellán, en las distancias cortas o en las largas?
R.- Las distancias cortas vienen marcadas por la falta de tiempo. Me gusta hacer relato, me encanta. Pero también necesito el reto de una novela. Por eso le comentaba dos preguntas más arriba que voy a renunciar a muchas cosas. La vida no es demasiado larga, no puedo permitirme envejecer sin saber qué hubiera pasado si hubiera sido capaz de intentarlo. Ahora toca sumergirse en esa distancia infinita que es una novela. Si fracaso no pasa nada, por lo menos he sido valiente y me he lanzado al vacío.


P.- Colabora usted con un programa de la Cadena Ser en Murcia.
R.- Sí. Esta es una de esas experiencias que han hecho que mi vida de pronto sea muy intensa. Todo empezó cuando leí en el estudio de grabación un relato muy breve de mi libro anterior, “El último invierno”, se titula “Paseo por la huerta”. Es muy cortito, apenas media página del libro. En él expresaba la nostalgia por la huerta que desaparecía en torno a mí mientras paseaba en bicicleta. La ciudad avanza, decía en aquel relato. Grabé aquel programa y me fui a casa. Por la noche me telefonearon. Habían llamado varias personas a la SER diciendo que se habían sentido muy identificadas con lo que yo había leído. ¿Sería capaz de escribir cada semana un relato que conectara con los oyentes? Cerré los ojos y dije que sí.


P.- Además escribe también en el periódico literario Irreverentes, que edita la misma editorial con la que ha publicado El silencio perturbado.
R.- El periódico literario Irreverentes es un sueño romántico como lo es la editorial del mismo nombre con la que trabajo y como lo es Miguel Ángel de Rus. Un editor que todavía cree en lo imposible. Por eso nunca va dejar de ser pobre, me temo. Cree que la buena literatura se merece una oportunidad. Por eso creó este periódico, para que los grandes desconocidos que éramos los que empezábamos a publicar en su recién nacida editorial, nos diéramos a conocer en toda España. Nos comprometimos a colaborar con un relato al mes, a pagar la edición entre todos, porque la revista es gratuita para el lector, y además, cada uno, debía distribuirla en su Región.


P.- ¿Qué escribe ahora?
R.- Sólo relatos para la SER. Empecé, a la vuelta de vacaciones de Semana Santa, una serie de relatos sobre cuadros barrocos que me gustaban especialmente. El barroco es un periodo muy interesante en el arte porque es contestatario, nace del cansancio que produce crear respetando las normas establecidas. El academicismo del que antes hablaba al referirme a la enseñanza y que tanto reprime la creatividad.
Pero tengo dentro de la cabeza un proyecto que lucha por crecer. Ahora no puedo darle forma. Los meses de mayo y junio son muy intensos en la enseñanza. Pronto llegará el verano y con él la vuelta a mi otra disciplina, a la que quiere ser creativa.


P.- Antes de terminar me gustaría saber qué lee Isabel María Abellán.
R.- Mucha gente me pregunta que estoy leyendo. Le temo a esta pregunta. Desde hace dos años, durante el curso sólo leo libros en francés. Estoy en 5º en la Escuela de Idiomas y necesito sumergirme es esta lengua. He terminado hace poco un libro bellísimo de Eric-Emmanuel Schmitt, “Oscar et la dame Rose”. Después, con el alboroto mental de los exámenes de mis alumnos de 2º de Bachillerato, elegí lecturas más sencillas en francés, novelas policíacas, libros sobre la Historia de Francia que compro cuando visito el país vecino. La Historia sigue siendo mi punto débil. Pero ya estoy acabando el segundo libro sobre la Historia de Francia y voy a empezar a hacer algo que deseo con todas mis fuerzas, quiero leer a Guy de Maupassant en francés. Me traje de mi último viaje a Francia un montón de libros suyos, la semana próxima empezaré “L’inutile Beauté et autres nouvelles”. Con el seudónimo de Guy de Maupassant me presenté a este concurso de relatos Vivendia. Creo que es mi héroe literario.


P.: Y como esta sección se llama Hablando de Libros, el futuro de los mismos, ¿cómo lo ve una profesora?
R.- Quizá no tan negro como alguien que no es profesor. En los centros de enseñanza intentamos animar a nuestros alumnos a que lean. Quizá se trata de un microcosmos, he escuchado en las noticias que cuando los chavales dejan el instituto muchos dejan de leer, ya no tienen el estímulo o la obligación de hacerlo. Quizá es cierto. El futuro es sombrío para los libros. Pero no quiero ser ahora negativa, si hay algo de bueno en mi vida es mi trabajo. Ser profesora me enriquece mucho, ya sé que hay niños difíciles, pero de todos aprendo y a todos leo mis relatos y, hasta hoy, con todos disfruto.


Muchas gracias.
De nada. Ha sido agradable contestar a sus preguntas. Gracias a usted.

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