Hablando
de libros con… Pedro González Núñez.
Pedro González Núñez (Lorca, 1977).
Licenciado en comunicación audiovisual y técnico superior en educación
infantil. Tras trece años trabajando en medios de comunicación, decidió
comenzar una nueva aventura en el mundo online
redactando artículos para periódicos y blogs, y formándose en marketing online
y de contenidos. En 2014 comenzó a escribir y publicar novela de ficción, La piedra del diluvio y ¡Año de desperezarse, Darío! Ha
utilizado varios seudónimos en sus novelas, tales como Joe Lem, Perry Green y
PG Sharpe. Y otras las ha publicado con su verdadero nombre.
Una entrevista de Francisco Javier Illán Vivas.
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Pregunta.- La gran duda que se me plantea cuando leo
las líneas anteriores es, ¿con quién estoy hablando? ¿Joe Lem? ¿Perry Green?
¿PG Sharpe? ¿Pedro González?
Respuesta.- Primero, quería darte las
gracias por esta oportunidad, a ti ya Vegamediapress por este hueco que me
hacéis en vuestro medio. Estoy encantado.
En cuanto a tus preguntas, supongo que con
todos. No deja de ser un juego que uso como diversión, como homenaje… No sé si
le pasa a otra gente, pero a mí siempre me ha resultado interesante saber cómo
me sentiría si fuera otra persona. No es que quiera ser otro diferente de quien
soy, es que soy un tipo muy curioso y, sinceramente, si pudiera, me metería en
la piel de muchos otros individuos durante un rato para empatizar, pensar de
forma diferente, conocer sus anhelos, sus dudas… Luego, claro, prefiero volver
a mí, que ya me he currado mucho llegar hasta aquí como para dejarlo todo en
manos de otro ser humano, ja, ja.
También me encanta crear. Así que, un día
pensé, igual que creo personajes para protagonizar mis novelas, ¿por qué no
hacerlo también para que las escriban? Y por aquí va la cosa a día de hoy…
P.- ¿Por qué entonces esos heterónimos? ¿Has pretendido
homenajear con ello a autores que te han influido a lo largo de tu vida?
Porque, según con el nombre que publicases tus obras, estas eran de uno u otro
género.
R.- Sí, en realidad, hay
diversos motivos por los que uso heterónimos. Por un lado, ya he comentado que
soy curioso. De joven hice teatro, pero soy un actor malísimo. Aun así, no deja
de ser un ejercicio interesante en el que te has de poner en la piel de otra
persona y pensar como lo haría el personaje. Eso me atrae, y escribir como si
fuera otro me resulta un ejercicio liberador.
No obstante, voy por
partes, como dijo Jack el Destripador. El tema de los heterónimos surgió como
un juego, una forma de llamar la atención, una fórmula para firmar novelas de
género con nombres que pueden vender más que el mío propio. Y eso ha ido
evolucionado.
Adoro a dos escritores,
Fernando Pessoa y Pablo Tusset, cada uno por diversos motivos. Ambos usan y
usaron diferentes heterónimos, pero me atrae especialmente el caso de Tusset,
cuyo nombre real es David Cameo, o eso creo, y del que estoy tratando de
encontrar otros nombres que ha utilizado para publicar, pero es un tipo muy
escurridizo y poco permeable, que cuida mucho su intimidad.
Además, también me sirve
para homenajear a mis autores favoritos. Joe Lem, por ejemplo, mezcla el nombre
de dos escritores de ciencia ficción que me parecen geniales, Joe Haldeman y
Stanislaw Lem. Ambos me han influenciado muchísimo. De hecho, mi obra Paria
Estelar bebe bastante de Astronautas, la ópera prima de Lem, y de La guerra
interminable, de Haldeman.
Y no me olvido de mi
homenaje favorito. En realidad, esto nació también por mi amor a las novelas de
quiosco o novelas de a duro. Durante la segunda mitad del siglo XX, se
publicaron en España unos 80.000 libros que vendían directamente en quioscos
editoriales como Bruguera con precios muy populares, al principio 5 pesetas,
luego 50 pesetas, después 100 pesetas... En aquellos tiempos, no todo el mundo
tenía acceso a la televisión o a otros entretenimientos. Eran obras muy
pequeñas, la mitad western, pero muchas de terror, fantasía, ciencia ficción,
románticas… Esos autores que podían tener una de esas novelillas escritas en
una semana usaban pseudónimos como Kelltom McIntire, Joseph Berna o Clark
Carrados, aunque sus verdaderos nombres nada tenían que ver con eso. La mayoría
incluso dejó su trabajo para dedicarse por completo a su pasión, la escritura.
Yo tengo la creencia de que, si hubiera nacido en su época, podría haber vivido
de esto, pues poseo una fértil imaginación y puedo escribir una novelette en un
fin de semana. Así pues, me identifico con ellos, me parecen admirables, y
siento que así les hago mi particular homenaje, ya que adoro esa literatura y
he crecido leyéndola.
P.- Esta es vuestra novena obra, permítemelo decir así.
Si no me equivoco, la tercera con tu nombre. Y es como Pedro González como el
lector va a encontrar tu lado creativo más personal.
R.- Sí, sin duda. Mi idea original era
firmar como Joe Lem, pero mi editor, Miguel Ángel de Rus, me recomendó usar mi
propio nombre. Quiero pensar que soy una persona bastante flexible, así que no
puse problemas. Él tiene más experiencia en este mundillo, así que, si me
aconseja utilizar mi nombre verdadero, por mí no hay problema.
No obstante, suelo reservar los heterónimos
para las novelas de género, mientras que mi nombre real lo guardo para obras
más personales, en las que pongo más de mí mismo, aunque tal vez eso sea un
eufemismo, porque, al fin y al cabo, cada vez que escribimos, hacemos una labor
muy íntima en la que se vuelcan talentos, sensaciones, anhelos, miedos, deseos…
Así lo veo yo.
Pero sí, me gusta firmar como Pedro
González las obritas más íntimas y personales que escribo, aunque nunca oculto
que detrás de Joe Lem se esconde una parte de mi personalidad, quizás la más
amante de la tecnología, la ciencia y la ficción, y tras PG Sharpe está mi yo
más gamberro, por ejemplo.
P.- Una catedral, un lugar sobre el que pesa una
maldición, unida a una carta.
R.- Siempre me gustó y me aterró la idea de
lo maldito, y creo que es algo que está muy asociado a la religión y a cómo nos
la inculcaron cuando éramos niños. Estoy formado en el catolicismo, he leído la
Biblia y, aunque las catedrales son un fenómeno más moderno que la obra magna
del cristianismo, reconozco que esa dicotomía entre el bien y el mal, entre la
ciencia y la fe, entre lo real y lo imaginado… No sé, es como yo me siento en
muchas ocasiones cuando dudo. Y puesto que antaño me metieron ciertos miedos en
el cuerpo por hacer las cosas que no debía o no podía, pero yo era curioso y me
gustaba saltarme ciertas normas y correr riesgos… Creo que siempre intento
plasmar algo similar en mis novelas.
Luego, me parece interesante crear
ambientes opresivos en los que sabes que se está gestando una tragedia, en los
que todo está confabulado para acabar fracasando pese a que los personajes
hacen cuanto pueden por luchar contra ese destino ya escrito. Es muy de
Lovecraft, un genio creando atmósferas opresivas en las que los protagonistas
iban perdiendo la cordura… Tan imaginativo como real y humano. También de los
antiguos griegos, de sus magníficas tragedias en las que, por más que lo
intentasen sus protagonistas, los hados se buscaban las artimañas para mandarlo
todo al carajo porque así debía ser.
Y también me atrae la idea de cómo algo
simple puede desencadenar un verdadero terremoto. En este caso es una carta, que
parece inofensiva, pero puede no serlo. Hay decenas de ejemplos de misivas que
pueden cambiar el destino de una persona, incluso el mundo. Al fin y al cabo,
hoy en día, cuando recibimos una carta de Hacienda, a todos nos tiemblan las
piernas, ¿verdad? Ja, ja, ja. Pues es libro es parecido, pero usando la
imaginación.
P.- ¿Son los lugares religiosos los más propicios para
escribir sobre weird science o cultos
diabólicos? Me permito utilizar las palabras con las que un destacado blog de
género calificó tu novela.
R.- Supongo que sí. Como comentaba, en
nuestro país somos herederos de la religión católica. Igual en otros no es así,
pero es cierto que yo me he criado viendo mucho cine, y, al fin y al cabo, la
idea de que todo bien tiene un enemigo, una contraparte, que es el mal, se
asocia mucho a la religión, que durante décadas ha sido un vehículo para la
educación moral de las personas.
Tal vez hoy, cuando todo parece más
confuso, la religión no tiene tanto peso en la formación de los niños. Pero en
nuestros tiempos mozos sí que la tenía. A mí, a veces, como he comentado, me
metían el miedo en el cuerpo si no me portaba bien con los famosos castigos
divinos.
Además, no me imagino solo en una noche
tormentosa dentro de una iglesia, o en un cementerio. Le tengo pánico a eso.
Tengo mente analítica, pero llena de temores que, en realidad, están infundados
si se observan desde un punto de vista lógico.
Así que, dado que la ciencia extraña y los
cultos diabólicos tienen tanto de ética o falta de ella, tanto de moral y de
usos arcaicos para enseñar a la gente cómo comportarse según los usos y
costumbres de cada época, yo sí que lo veo así.
Ahora bien, también considero que lugares
desolados y abandonados, como pueda ser la actual Chernóbil, por ejemplo,
también se convierten en escenarios propios y magníficos para estas fórmulas
literarias que, por otro lado, tienen mucho de visuales, de ahí, creo yo, se
usen tanto para esta clase de narraciones, porque forman parte importante del
imaginario colectivo y facilitan que el lector se meta en la historia desde la
primera página.
P.- Suponiendo que Jacinto Masegosa sea un personaje
ficticio, no lo son, sin embargo, ni Edison, ni Tesla ni Pierre Curie. Y
tampoco lo son otros más históricos, como Platón, Kant o Descartes.
R.- Estuve jugando con la idea de
introducir o no a personajes reales. Finalmente me decidí a añadirlos porque
pensé que darían un toque interesante a la historia. Al fin y al cabo, está
ambientada en un tiempo de prodigios en los que se confundía la ciencia con la
fantasía. Pocos años después del año de la novela, 1888, la gente saldría
huyendo de los cines porque creía que un tren la iba a atropellar. Y es que
hablamos de una época en la que todo parecía posible. Edison, Tesla o Curie
fueron en aquellos tiempos los últimos exponentes de lo mejor que puede dar la
humanidad a nivel científico, y todos ellos, igual que nosotros, somos
herederos a su vez del pensamiento clásico, del humanismo, de la Ilustración,
del Renacimiento…
Si no fuera por las grandes mentes de
nuestra historia, unas más famosas, otras menos, igual estábamos todavía en las
cavernas vistiendo taparrabos y peleándonos a hueso limpio. Sinceramente, a
ratos no sé qué es mejor, pero es lo que tenemos, esta es nuestra realidad y yo
le quiero agradecer a los pensadores, filósofos y científicos más brillantes de
la historia, con sus claroscuros, lo que han logrado.
P.- En busca de conseguir los objetivos científicos,
¿está todo permitido?
R.- Es una pregunta a la que todo el mundo
respondería que no, que tiene que haber límites. Sin embargo, y entroncando con
lo que decía antes, hoy en día disfrutamos de comodidades que no se hubieran
logrado si algunos científicos hubieran sido más éticos. No sé si se habría
tardado más, pero es obvio que la medicina y la lucha contra la enfermedad ha
usado animales desde hace muchas décadas, y no con la preponderancia moral que,
según pensamos ahora, se debiera haber tenido. No creo que nadie diga que no se
toma tal medicamento porque se ha testado en animales y han muerto muchos para
alcanzar los resultados buscados.
No sabría decir. Personalmente no podría
traspasar ciertos límites, y tampoco me gusta que lo hagan otras personas. Pero
diría que todavía hoy se hace y no creo que se pueda cambiar. No obstante,
depende mucho de los baremos éticos y morales que se marca cada sociedad. Creo
que la educación nos hace cada día más sensibles a cuanto ocurre a nuestro
alrededor, pero también parece estar en nuestra naturaleza la curiosidad, la
necesidad de aprender y de saber cada día más. Así que, los límites supongo que
son cosa nuestra, y hoy no son los mismos que eran hace cien años, e imagino
que no serán iguales a los de dentro de otros 100 años, si para entonces
seguimos aquí y no nos hemos cargado el planeta en nombre de la ciencia, el
consumismo o yo qué sé qué…
P.- Con todos estos elementos, me acaba de surgir otra
duda. Tu novela, ¿es fantasía, ciencia ficción o histórica?
R.- Supongo que bebe un poco de todo. Sobre
todo, considero que es ciencia ficción. Hay elementos muy claros. También juega
con los límites de la fantasía, que está en duda a lo largo de toda su
extensión. Y sin duda es histórica, ya que transcurre durante cuatro días de
finales del siglo XIX. Imagino que se puede considerar un híbrido, una mezcla
de todos esos elementos.
P.- Has conseguido algo a lo que aspiran todos los
escritores que conozco: que la tensión narrativa no termine hasta el punto y
final.
R.- Sí, y reconozco que yo mismo estoy
sorprendido. Creo que no lo había logrado hasta ahora, y, de hecho, con las
nuevas historias que estoy escribiendo, tampoco lo estoy consiguiendo, o no al
menos a ese nivel. Me dicen que las últimas páginas te mantienen en vilo y no
te dejan soltar la narración por la necesidad de saber cómo acaba. No sé si
alcanzaré alguna vez una cota como esa. Tampoco era consciente de ello mientras
la escribía. Yo solo me pongo ante el folio en blanco y suelto todo lo que en
ese momento me apetece plasmar. Supongo que a veces estoy más inspirado y otras
menos, pero no le tengo ningún miedo, me dejo llevar y doy rienda suelta a lo
que surja en el momento. Otra cosa es ponerme a revisar cuando acabo… Ahí
cambia todo y lo que me parecía genial cuando redactaba a ratos me parece una
mierda cuando lo releo, ja, ja, ja.
P.- ¿La catedral de ébano es un antes y un después en
tu creación literaria?
R.- Para mí sí. Es mi novela de más éxito,
creo que la más redonda. No obstante, mis inquietudes personales siguen siendo
las mismas y continúo escribiendo todo lo que me apetece. Ahora bien, si abre
ciertas puertas o no, ni idea, ya veremos. Pero por los comentarios que recibo
y por la acogida que ha tenido, ya que me ha permitido llegar a lectores a los
que antes no llegaba, sin duda es un antes y un después para mí.
P.- A partir de ahora, ¿quién firmará las obras?
R.- Voy a seguir con mi tontería de los
heterónimos, y, de hecho, usaré más, ja, ja, ja. Escribo tanto como lo hacían
los veteranos de Bruguera a los que antes me referí, me siento muy identificado
con ellos y hay demasiados escritores que me gustan y a los que quiero
homenajear / plagiar como para parar, ja, ja, ja.
P.: Permíteme
ahora navegar por otros aspectos y conocer mejor a Pedro González. ¿La buena
literatura está hecha por gente desobediente?
R.- Pues no sabría decirte. Es algo que no
me he planteado nunca. Algunos de mis autores favoritos, como Joe Haldeman, PG
Woodehouse, Stefano Benni, Tom Sharpe, Stanislaw Lem, Pablo Tusset, David
Foster Wallece, Jenofonte, Sayaka Murata, Kiril Yeskov, Arturo Pérez Reverte,
Henry James… Está claro que muy obedientes no son, o no lo fueron en vida, y me
encanta cómo escriben.
Diría que el arte es una forma de expresión
que no debería tener demasiadas restricciones, por no decir ninguna, y la
literatura la considero arte, y creo que todo el mundo la ve así. No sé si
desobedientes, pero sí que tengo claro que ha de ser una forma expresiva sin
límites, sin ambages, un ejercicio en total libertad que, por lo general,
acabará por mostrar cosas que no gustarán a los poderosos, los interesados y
los que viven de la hipocresía y la falsedad.
Si por decir esas cosas que muchos no
quieren oír a un escritor se le considera desobediente, bienvenido sea. Por mí,
que haya tanta desobediencia como se pueda, porque eso significará que hay mucho
arte en el mundo y muchas ganas y vehículos adecuados para la expresión, la
denuncia, la mejora…
Diría que muchas veces, el problema no es
quien escribe, es quien lee. El cómo interpretamos algo, lo que sea, ya
hablemos de un libro, un artículo periodístico, una opinión… Es lo que de
verdad puede hacer daño, y lo que acaba coartando a los autores, artistas, etc.
Pero hay que luchar contra eso y, en efecto, desobedecer, seguir explorando
límites, artes, etc.
P.- Has escrito suficiente obra literaria para que esta
pregunta no pueda dejar de hacértela. ¿Cómo sabes si un texto es bueno o malo?
Y casi obligado: ¿utilizas mucho la papelera? Es decir, lees y relees y cambias
y vuelves a cambiar el texto.
R.- Nunca sé si un texto
mío es bueno o malo. Sé lo que me gusta y lo que no me gusta tanto, pero no
tengo idea de si personalmente he escrito algo bueno o algo regular o malo
hasta que no tengo las respuestas de la gente. Ellos me comentan si les ha
gustado o no.
Personalmente no uso
demasiado la papelera. Como he dicho antes, cuando termino de escribir, a veces
pienso que he hecho algo genial. Cuando empiezo a revisar, me tiro de los
pelos. Pero sé que, si leo un texto mío dos veces, lo cambiaré dos veces. Si lo
leo cien veces, lo cambiaré cien veces. Y así puedo estar hasta el infinito. Por
lo que, para no volverme loco, cuando considero que ya está suficientemente
revisado, lo paso a la editorial, porque si no, entro en una espiral sin fin y
sin salida a la que, con sinceridad, no le veo mucha lógica. Y, como es lógico,
pierdo toda perspectiva mínimamente objetiva.
P.- Si te preguntara si crees que escribir es al mismo
tiempo un regalo y una opresión. ¿Qué me contestarías?
R.- Para mí es un regalo. Me gusta
escribir, es una forma en la que me expreso en libertad, mucho mejor que
hablando, por ejemplo. Ahora bien, cuando estoy embarcado en la redacción de
una historia, también lo considero una opresión, sobre todo cuando quiero
llegar a tiempo porque tengo fecha de entrega. Es más, se puede convertir en
una obsesión. Sueño el libro, pienso el libro, como el libro… Parece que no hay
otra cosa, y no me gusta sentirme así. Hago esfuerzos por apartarlo de mi
mente, aunque me suelo dormir pensando en eso y lo introduzco en mis sueños.
Diría que sí, que, en mi caso, en muchas ocasiones, es así.
P.- En ninguna de las entrevistas que hago me resisto a
añadir esta reflexión de Francisco Gijón puso en boca de uno de los personajes
de su obra: nadie que es feliz escribe, como tampoco nace el arte de ningún ser
pleno.
R.- Es interesante. En
psicología aplican ciertas técnicas de escritura para que la gente se pueda
expresar libremente y muestre sus sentimientos. Mi pareja, que es psicóloga en
desarrollo, me comenta que es un buen ejercicio, que me sirve para relajar tensiones
y luchar contra ciertas frustraciones de mi vida por hechos que no puedo
controlar. No soy muy controlador, pero no me gusta el mundo en el que vivo,
por eso aprovecho la escritura como vía de escape y denuncia.
No sabría decir si los
artistas pueden llegar a ser plenos y felices. A mí me gusta lo que hago, pero
no es lo único que me atrae. Como he comentado antes, trato de impedir que se
convierta en obsesión. Si no lo disfrutas, ¿para qué sirve entonces? ahora,
tampoco aspiro a mucho más salvo a contar historias, que es algo que me interesa.
Y luego, lo convino con todos mis hobbies, sobre todo lectura, pero también
viajes, buena mesa, cine y series…
P. En la anterior etapa de mis entrevistas para Hablando de Libros (esta que mantengo
contigo ahora es la segunda de la, digámoslo así, nueva etapa) solía incluir
una pregunta que ahora voy a reformular. En el mundo del cambio climático, de
la pandemia, de la corrupción política ¿qué sentido tiene la literatura y,
dentro de ella, la ciencia ficción?
R.- La literatura, como he comentado antes
y como yo la veo, es una forma de expresión, y como tal, útil para la denuncia.
Ahora bien, se lee tan poquito en el mundo que diría que no es tan influyente
como lo fue antaño.
Creo que los seres humanos necesitamos
expresarnos, y escribir es una buena fórmula, igual que pintar, esculpir,
dibujar, levantar un edificio…
Se están pasando tantas cosas a la vez en
el mundo y tenemos tal cantidad de información y desinformación encima que
cuesta aprender a valorar. Estoy muy de acuerdo con Zygmunt Bauman y su teoría
de la modernidad líquida. Todo va muy rápido y no se aprecia, no nos detenemos
a disfrutar, no sabemos lo que es el reposo y la paciencia, el goce de un
instante, de un momento, de una panorámica, una frase, un buen libro...
Ahora bien, considero que la ciencia
ficción actual juega, sobre todo, dos funciones: una, como ya hiciera hace años
Haldeman con La guerra interminable,
de aviso y denuncia, pues muestra distopías y realidades alternativas que algún
día podrían hacerse realidad. Y así podría decir muchas más, como Farenheit 451, 1984, Nueromante… Otra, no menos importante, de entretenimiento,
evasión, fantasía e imaginación. Es muy necesario desconectar de vez en cuando
de cuanto nos rodea, y ahí, la literatura es un vehículo magnífico, y la
ciencia ficción nos conduce a mundos increíbles e interesantes.
Podemos pensar que la ciencia ficción es
una locura, un imposible. Sin embargo, gente como Isaac Asimov o William Gibson,
y otros, pronosticaron mucho de la realidad que ahora vivimos, como por ejemplo
la híper-conexión.
P.- No sólo de letras vive el hombre o la mujer. ¿Dónde
podemos encontrar a Pedro González Núñez en la red? ¿Qué tiempo le dedicas?
R.- Pues tengo de todo. Uso
sobre todo Twitter y Facebook, y tengo mi propia web. Además, también tengo
Instagram y LinkedIn. Lo que pasa es que, aunque pueda parecer que siempre
estoy ahí, lo cierto es que no creo que les dedique a todas las redes juntas más
de 15 o 20 minutos al día, y no considero que deba dedicarles más. Disfruto con
el libro en papel, con una buena peli, con un viaje, con la música, con una
serie, escribiendo, con la compañía de mi pareja, mi familia, mis amigos… Me
parece más real que las redes sociales, aunque no tengo tanto tiempo libre como
me gustaría para todo, pero se hace lo que se puede.
Sí que reconozco que, para
las relaciones sociales, herramientas como WhatsApp o Telegram me han venido
muy bien para estar contacto con la gente que tengo más lejos.
Aquí dejo los sitios en los
que se me puede encontrar:
https://www.pgonzalezescritor.com/
https://www.facebook.com/perry.green.731
https://twitter.com/Pedropaginablog
https://www.instagram.com/joelemperrygreenbooks/
https://www.linkedin.com/in/pedro-gonz%C3%A1lez-n%C3%BA%C3%B1ez-27a59535/
P.- Ahora tienes la obligación de aconsejarnos una
película.
R.- Antaño era más cinéfilo
que ahora. Dedicaba muchas horas de mi vida a ver películas. No sabría por cuál
decantarme, pero dado que te encanta la épica y la mitología, la religión y la
historia, igual que a mí, voy a apostar por un clásico que he visto como un
millón de veces, pero que me parece una obra de arte que trata el mito artúrico
con gran respeto y acierto. Es Excalibur,
filme que dirigió John Boorman allá por 1981 y que tomó como base la gran obra La muerte de Arturo, de Thomas Malory,
uno de los mejores conocedores de todo cuanto rodeó esta leyenda, aunque
tampoco sabemos si su nombre es real, si escribió o compiló la historia, etc.
Hay mucho misterio en eso, igual que en mi libro y que en tu obra, así que me
parece adecuada elección, je, je.
P.- ¿Te atreves a hacerlo con una serie televisiva o
cinematográfica?
R.- Fíjate, ahora voy a
cambiar el tercio por completo. He pensado mucho en qué serie recomendar, pero
no se me ocurría cuál, ya que he visto muchas que me han encantado. Así que voy
con un clásico que nunca falla, Friends.
Hace unos meses volví a ver las 10 temporadas junto a mi chica y veo que es una
obra que envejece muy bien. Por eso, para mí, de lo más divertido que se ha
hecho nunca esta joya de David Crane y Marta Kauffman que tiene 236 capítulos
divididos en 10 temporadas. Nadie llega tan lejos si lo que hace no es bueno.
P.- ¿Una obra de teatro?
R.- En mis tiempos mozos,
cuando estaba en la universidad, me dio por leer teatro clásico español y
descubrí una ingente cantidad de joyas que, como nadie es profeta en su tierra,
muchas están olvidadas en nuestro país. Así que voy a apostar por el Siglo de
Oro español, que hasta ahora he ido recomendando mucho anglosajón en series y
películas, y tiro para lo nuestro con El
burlador de Sevilla y convidado de piedra, que se atribuye a Tirso de
Molina y que se marca como el inicio del mito de Don Juan. Podría hablar de
muchas más, como Don Álvaro o la fuerza
del sino o Don Gil de las calzas
verdes, pero me quedo con las primeras andanzas de Don Juan, que creo que,
además, refleja bien a los mediterráneos, nuestro pasado y nuestro presente.
P.- Una música
(aquí puede ser un tema musical, una banda sonora, una pieza clásica).
R.- Voy a seguir con la patria, ya que me decant por un tema que me
encanta. No es la música lo que más me atrae o influye, pero siempre que puedo,
la tengo puesta mientras trabajo. Y entre todo lo que escucho, adoro La fuerza de la costumbre, tema de
Gabinete Caligrari, que aparece en un disco que me parece redondo, Camino Soria, que se publicó en 1987.
P.- ¿Y un libro?
R.- En este apartado me la
voy a jugar. Es un libro que leí hace más de un año y sigue haciéndome pensar.
todavía no tengo claro si fue la mayor genialidad que he tenido el placer de
leer o ha sido la mierda más gorda que me he echado a la cara. Se trata de La broma infinita, de David Foster
Wallace. Se publicó en 1996 y está considerado como una obra maestra de gran
influencia de cuanto se ha publicado en EEUU en el siglo XX. Yo sigo sin saber
si fue una patraña, un engaño y una metida o algo tan maravilloso que no soy
capaz de ver con claridad todavía. Por cierto, si alguien se atreve, aviso, son
más de 1200 páginas con letra muy pequeña en las ediciones que hay en español.
Una cosa muy loca. Pero si todavía me tiene así un año después, parece obvio
que, como mínimo, algo hay en su inmensa locura.
P.: Sé que no debería hacerlo, pero siempre a los
escritores nos lo pregunta, os lo preguntan. ¿qué proyectos literarios y/o
cinematográficos podemos esperar en el futuro?
R.- Proyectos literarios tengo muchos
porque mi mente siempre está en ebullición. Saco ideas de cualquier cosa, del periódico,
de la actualidad, de historias que escucho… Estoy trabajando en diversas obras
que ya irán viendo la luz poco a poco.
Como licenciado en Comunicación Audiovisual
que soy, tengo mucha formación en imagen. Me encantaría que alguno de mis
libros viera la luz en forma de película o serie, pero de momento no hay nada.
Ahora bien, si alguien se anima, diría que La
catedral de ébano, La cuarta raza,
El planeta que se vio obligado a crecer
hacia las nubes o Paria Estelar
son historias muy cinematográficas que creo que quedarían muy bien en la
pequeña o gran pantalla. Ahí lo dejo, ja, ja, ja…
Muchas gracias.