domingo, 7 de junio de 2009

Eduardo Segura y la mitopoeia de Tolkien: el amante de las palabras


Eduardo Segura (Oviedo, 1967) es licenciado en Historia Moderna y doctor en Filología. Autor de J.R.R. Tolkien, el mago de las palabras (Casals 2002), y de El viaje del anillo (Minotauro 2004), ha traducido y editado, junto a Guillermo Peris, Tolkien o la fuerza del mito: la Tierra Media en perspectiva (LibrosLibres 2003) y, en colaboración con Thomas Honegger, Myth and Magic, Art according to the Inklings (Walking Tree Publishers 2007). Es asimismo autor del ensayo Las crónicas de Narnia, de C.S. Lewis (Cénlit ediciones 2008). Entre sus proyectos inmediatos se encuentra un estudio conjunto sobre la adaptación El señor de los anillos dirigida por Peter Jackson. Actualmente es profesor de Estética, de Filosofía Política y de Literatura y Filosofía en la Europa Cristiana, en el Instituto de Filosofía Edith Stein, de Granada.

Le entrevistamos tras la publicación de J.R.R. Tolkien: mitopoeia y mitología. Reflexiones bajo la luz refractada.

Una entrevista de Francisco Javier Illán Vivas.
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Pregunta.- Su libro reúne ensayos escritos entre 1997 y 2008 y en ese largo periodo usted mismo nos cuenta que su reflexión se ha hecho más profunda, consciente, erudita e informada por numerosas lecturas, experiencias y conversaciones.
Respuesta.- Sin duda. El estudio constante es la única vía de acceso al entendimiento profundo de cualquier objeto de estudio. Lo que al principio de mis trabajos académicos eran sólo intuiciones, se han convertido en convicciones, o bien han quedado matizadas o incluso desmentidas en el camino de encontrar esforzadamente la verdad. Considero que esta actitud es la única válida en el mundo universitario —y en la vida—, pues la honestidad se revela camino seguro de descubrimiento de la verdad y, por tanto, de servicio al mundo. Los prejuicios son siempre anteojeras que empobrecen el espíritu y tornan mezquina la razón, un instrumento maravilloso que nos ha sido dado para buscar la verdad, encontrarla y amarla.

P.- Hay algunas ideas que, durante la lectura este libro, he destacado, y que me gustaría que las comentásemos. La primera de ellas es que Tolkien crea una mitología en el siglo xx.
R.- No me cansaré de repetir que Tolkien no es el padre de la literatura fantástica moderna, como se repite sin cesar en todas partes. Se trata de un error simplista, fruto de la mercadotecnia. Tolkien fue un filólogo que escribía mitos, es decir, relatos vivificados desde dentro por la capacidad que el lenguaje posee para dotar de credibilidad a las invenciones de la imaginación, capacitándolas para reconstruir un pasado ucrónico profundamente verosímil y deseable. Tolkien compuso su mitología enraizándola en una tradición literaria cuyos jalones abarcan desde Homero hasta los románticos, pasando por las sagas nórdicas, Beowulf, Chaucer, Spenser, Milton o el Kalevala. Fruto de su conocimiento de primera mano —intelectual e íntimo, connatural—de los textos fundacionales de la literatura europea, el Profesor Tolkien fue capaz de hallar un nuevo modo de posicionarse frente a los horrores del siglo xx, emergiendo desde las trincheras de la Gran Guerra como un coloso capaz de mostrar que había esperanza en medio de las lágrimas y el sinsentido. Toda su mitología es la historia de cómo una progresiva decadencia no deriva necesariamente en la desesperación, sino que puede conducir al gozo íntimo y trágico de la redención.

P.- Pero Tolkien no subcreó sólo una mitología, sino una auténtica teología del arte, lo que usted denomina estética teológica.
R.- En efecto. Tolkien dedicó muchas horas de reflexión al proceso de creación artística, que él llamó subcreación. Si somos imagen y semejanza de un Creador, entonces aún creamos según la ley en la que fuimos creados: según la ley de los mundos posibles que proceden de la palabra, del Lógos. Hay una profunda raíz teológica en esa intuición. El hombre deviene subcreador, un dios (en el más noble de los sentidos) capaz de inventar (es decir, de encontrar) mundos posibles en la potencialmente infinita riqueza de significado de este mundo. La estética teológica presente en Tolkien es vivificada por su convicción de que la forma del ser del mundo es luminosa y polisémica: las palabras, los idiomas, son medios para cantar y contar los matices poliédricos de la realidad, como sucede cuando la luz atraviesa un prisma y se refracta en múltiples colores.

P.- Igualmente, usted destaca que Tolkien amaba demasiado las palabras como para negarles su potencial significativo.
R.- Es una consecuencia de lo que acabamos de considerar. Si el mundo como Creación de Dios es fruto de un Lógos (Juan 1, 1-18) y, por tanto, atesora y muestra la infinita riqueza del significado del Creador, entonces las palabras que cuentan el eco del cantar primigenio de la Creación aún pueden recoger los matices de ese canto colosal e íntimo. Las palabras son vehículo de la verdad del mundo, nada menos.

P.- Estamos en tiempos iletrados, y cito textualmente: tiempos de “analfabetismo falaz, necio y orgulloso”. ¿Realmente aspira el misólogo a la creación de un lenguaje no significativo? Y, si es así, ¿realmente somos enanos aupados en los hombros de gigantes?
R.- El misólogo, el mentiroso profesional, aspira a engañar, a retorcer las palabras para vaciarlas de sentido, o bien para transformarlas a su antojo como medio para ocultar la luz. Saruman es un ejemplo extraordinario de este modo de proceder, tan tristemente actual. Es característico del discurso político, especialmente en los últimos cincuenta años, tergiversar las palabras. De ahí que los políticos se nos antojen muchas veces meros charlatanes. Si la verdad no interesa, se acuñan nuevas maneras de decir que, sin embargo, no pueden ocultar sus carencias de significado. Hemos llegado a un equilibrio precario donde se nos intenta hacer creer que las palabras no importan porque son meras cuestiones semánticas, cuando es precisamente por ser eso por lo que no podemos renunciar a defender el sentido de lo que las palabras significan. La historia del pensamiento se apoya, entre otras cuestiones, en el conocimiento pleno del significado que los términos tenían en el pasado, para poder establecer la línea evolutiva del debate. Pero vivimos tiempos lerdos, bastos, en los que parece más fácil obviar el camino de esfuerzo que supone y exige el aprendizaje, pues no hay nada más maleable que la masa humana a quien se puede decir qué consigna debe repetir. No hay más que poner la tele para comprobar que no exagero.
Por eso, si bien es verdad que somos enanos aupados a hombros de gigantes, también lo es que el enano que no haga el esfuerzo de subir a esos hombros egregios, no será capaz de ver nada más allá de su propia pequeñez; y pasará por la vida sin haber vivido.

P.- ¿Son realmente los cuentos manifestaciones antropológicas del deseo de eternidad que late en el alma de cada ser humano?
R.- Sin duda. Los cuentos son formas literarias cuyo origen es casi siempre oral, que realizan el deseo humano de permanecer; que muestran el asombro que el ser humano ha experimentado ante la belleza del mundo, ante la oscuridad del mal y la luz de la bondad, ante la superabundancia con que se nos muestra el ser por todas partes. Los cuentos, las buenas historias —y nuestra ansia de que alguien las relate (o sea, literalmente que las haga otra vez presentes)—, nos demuestran una y otra vez que había en nosotros más tela de la que fue necesaria para cortar el traje de nuestro destino.

P.- No es válida una buena historia mal contada, o una mala historia bien narrada.
R.- Por lo que acabamos de decir: porque el fondo y la forma manifiestan la unidad de lo que la realidad es. La obra artística, pero también un gesto de cariño o una comida bien preparada, iluminan el hecho de que el mundo se nos presenta como forma misteriosa pero armónica; como paradoja radical, pues no podemos ver sin luz y, sin embargo, demasiada luz nos deslumbra. Una buena historia mal contada es el fracaso del arte, la desilusión ante la expectativa desmentida.

P.- La obra de Tolkien es fantástica literatura, no literatura fantástica, como señaló al principio. Es épica, y no fantasía. Poemas transmitidos de forma oral antes que literatura de consumo. Sagas, y no trilogías.
R.- Bueno, creo que éste es el clásico y triste malentendido que hemos heredado de decenios de intereses económicos entremezclados, en este caso, con la literatura. Tolkien generó una forma literaria que, al no ser bien entendida, ha dado lugar a una confusión alimentada por el dinero. De manera que tenemos a un auténtico bardo moderno a quien se ha atribuido la paternidad de, en muchas ocasiones, meras chorradas, seudo-literatura que sólo ha servido para acrecentar las fortunas de algunos espabilados, y para que la mirada superficial juzgase a Tolkien desde el criterio de esos mequetrefes del mercado de intereses que ha devenido en tantas ocasiones el arte desde, digamos, las mala digestión de las vanguardias del siglo pasado.

P.- Casi al final de su libro nos cuenta que el propio Tolkien afirmó en repetidas ocasiones que sus libros habían sido escritos para ser leídos en voz alta. Va a perdonarme mi ignorancia, ¿se ha hecho o se hace esto en algún lugar?
R.- En muchos lugares. Las diversas asociaciones Tolkien de todo el mundo dedican a esta gratísima forma de deleite artístico parte de su actividad, a veces semanalmente. Yo mismo he tenido la fortuna de participar en esas sesiones. Sin duda, la sonoridad del lenguaje de Tolkien —especialmente en el original inglés— muestra la adecuación de ese deseo del autor al hecho de que las palabras, cuando dicen lo que quieren decir —cuando se las deja en la libertad de cantar toda su historia—, deben ser proclamadas en voz bien alta, como pura filo-logía, como amor a lo que ellas encierran.

P.- ¿En qué medida influyó el amor de Tolkien por la naturaleza, el placer por la vida tranquila y la contemplación del tiempo como un inexorable juez y ejecutor de la belleza terrena, en su obra? Ésta es una idea en la que usted insiste, ya que también nos cuenta que él estaba convencido del poderoso efecto que las montañas lejanas, los bosques y las nubes distantes ejercen sobre la inteligencia y la imaginación de cualquier lector.
R.- Vivimos tiempos amantes de lo efímero y lo fútil. Los mensajes sms son una triste y buena muestra de lo que digo: han generado un lenguaje que es como un abortivo, una muestra de cómo las palabras pueden llegar a ser transmisoras del vacío. Por eso Tolkien es malentendido en tantos lugares: porque al exigir un tempo contemplativo en el lector, al colocar el espíritu ante la exigencia de armonizar la vida con los tiempos del mundo y la naturaleza, la prisa y la desorientación llevan al desconcierto de no saber qué hacer con su literatura. Esto es algo que le ha ocurrido también a Peter Jackson en muchas ocasiones durante el rodaje y montaje final de su —por otro lado excelente— película: sencillamente, no ha sabido mirar.
La vida posee su propio ritmo. La armonización de nuestros tiempos interiores con esa exigencia, es camino de aprendizaje para alcanzar la educación de la mirada. Sólo los ojos capaces de descubrir la belleza del mundo serán capaces de no desesperar ante la evidencia del mal y la fealdad. Por eso la buena literatura —todo Arte— es cauce de la esperanza.


P.- ¿En estos quince ensayos cree que ha conseguido, por fin, desvelar la Belleza que hay en Tolkien?
R.- ¡Ojalá! Pero no, ésa es una tarea mucho más ardua e inalcanzable, que probablemente precisará toda una vida de estudio y contemplación. Las obras de arte que en verdad lo son no pueden ser encerradas en los límites de un análisis que, por certero y sabio que llegase a ser, siempre dejaría matices nuevos por considerar. La belleza que Tolkien descubrió remite a otra Belleza; y ese pensamiento, alentador como es, resulta indicador del interminable camino que entretejen los intentos del hombre por alcanzar el meollo de la vida, del mundo, de Dios.

P.- De su libro, me ha gustado mucho el que las notas no estén a pie de página, sino al final de cada uno de los ensayos, lo que hace la lectura más ágil.
R.- Decidimos que así fuera en aras de ganar en claridad a la hora de leer el cuerpo principal del texto. Era difícil que cupiesen también las notas sin que la página quedase demasiado abigarrada. Creo que ha sido una decisión editorial acertada, pues hace más cómoda la lectura y más estético el libro.

P.- Y ya que hablo del libro, me gustaría que nos hablase sobre PortalEditions.
R.- Portal nace como una editorial a medio camino entre la aventura y el sueño de cubrir una laguna en el ámbito editorial actual, especialmente en nuestra lengua. Martin Simonson es su alma mater, gran amigo y él también estudioso de la vida y obra de Tolkien y los Inklings. Procuramos ofrecer al lector interesado una serie de colecciones donde redescubrir a los románticos ingleses y alemanes o la novela gótica, a Tolkien y sus amigos inklings y las antiguas mitologías del ámbito mediterráneo y anglo-germánico, la novelística norteamericana contemporánea o ciertos clásicos de la ciencia-ficción. Hemos agrupado estas colecciones bajo el nombre genérico de Expresiones. Exploraciones, por su parte, es el marco desde el que se ofrecerán al lector estudios de especialistas de reconocido prestigio sobre esos mismos autores y épocas de la Historia de las Letras.
La editorial opera desde Internet, de manera que los libros se adquieren por pedido directo, evitando retrasos, pérdidas y gastos innecesarios. También ofrecemos los libros en formato electrónico.

P.- Ya al final nos cuenta usted que este libro cierra una etapa en la investigación académica que ha venido desarrollando desde 1994, a la vez que abre otra. ¿Qué nos deparará en el futuro la pluma de Eduardo Segura?
R.- Me gustaría probar esa pluma frente al reto de escribir una novela que en verdad merezca ese nombre. En cuanto a mis trabajos académicos, miro ahora hacia un horizonte realmente fascinante, en el que busco situar a Tolkien respecto del romanticismo, mientras sigo ahondando en el estudio de la peculiar estética teológica tolkieniana sobre la que antes me preguntaba.

P.- Hay un apunte que dejé escrito en la página 128, y sobre el que deseo preguntarle. ¿Qué lee Eduardo Segura?
R.- Soy un lector impenitente. No concibo mi vida sin los libros, de la misma manera que no puedo vivir sin mi familia, sin la música, sin el cine, sin Dios. Mis gustos literarios son bastante variados, y no abunda entre mis lecturas la llamada “literatura fantástica”. Por citar algunos ejemplos de lo que he leído en estos últimos meses, al margen de los libros que me sirven de fuente de estudio, aquí va una breve relación: Homenaje a Melville, de Jean Giono; El retrato de Dorian Gray, de Wilde; Vida y destino, de Vasili Grossman; Amaneció de noche, sobre la vida y muerte del gran maestro Narciso Yepes; Dios y el mundo, de Joseph Ratzinger; Naturaleza muerta, de Douglas Preston y Lincoln Child; Marxismo y cristianismo, de Alasdair MacIntyre; Los hijos de Húrin, de Tolkien; Un mundo feliz, de Aldous Huxley; Blade Runner, de Philip Dick; Elena, de Evelyn Waugh; y una antología de poesía romántica inglesa, publicada por Homo Legens. Algunos de esos libros son relecturas.

P. A todos los poetas les hago una pregunta semejante respecto del sentido de la poesía en el mundo actual. Hoy quiero replantearla: en el mundo de las prisas, de la PlayStation, del iPod, del cambio climático, de la aplastante crisis económica, con millones de personas en el desempleo, incluso de esa epidemia recién surgida de México, ¿necesitamos la épica?
R.- Supongo que todos los poetas te habrán dicho que es más que nunca necesaria ahora. Yo comparto esa visión, pero me gustaría matizar. Lo que precisamos es recuperar el contexto espiritual en el que esa mirada adquiere su pleno sentido. Si no, caemos en el riesgo de dejarnos llevar por un espejismo, pensando que la cultura es un lujo, y que se puede construir sin cimientos. No es así. Necesitamos la poesía, el arte, para descubrir que no estamos solos; que somos algo más que materia, y mucho más que burdos “consumidores”. Que pertenecemos a la raza humana, ¡y que la raza humana está llena de pasión!, como decía el célebre profesor Keating en El club de los poetas muertos. Sólo la nueva mirada nos hará capaces de redescubrir, desde el asombro, que lo que verdaderamente es mágico es el mundo que llamamos real.

P.: Y como esta sección se llama Hablando de Libros, el futuro de los mismos, ¿cómo lo ve un amante de las palabras?
R.- En España, negro oscuro. Resulta vergonzoso que a estas alturas la educación siga siendo no ya una asignatura pendiente, sino el arma con la que la estúpida partitocracia ha convertido a generaciones enteras en esclavos de su propia ignorancia, con el fin de perpetuarse en la poltrona. Mientras tanto, pasa el tiempo, y como quien no avanza retrocede, seguiremos perdiendo puestos no sólo en el concierto mundial, sino en la escala de la felicidad personal. Un pueblo que no lee es un pueblo que no sabe siquiera quién es; y ésa es la peor de las esclavitudes, porque sin espíritu crítico no se puede reaccionar, ya que no se ve el problema, ni se puede percibir su gravedad. La generación del 98 vio claramente este problema cuando decían “me duele España”. Ha pasado un siglo, y ahí seguimos.
Lo que no debemos hacer es pactar con esta triste situación, sino trabajar cada uno en la medida de sus posibilidades —como haces tú, por ejemplo— para frenar esta huida hacia ninguna parte.

Muchas gracias por ayudarnos a estar al lado de lo sublime y darnos cuenta.

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