domingo, 15 de marzo de 2009

Andrés Salom nos habla de Cien años de soledad


"El otoño del Patriarca, a partir de la lectura de los primeros párrafos,
nos sumerge en una pesadilla de la que ya no es posible salir"
Andrés Salom




Una entrevista de Daniel Serna para Ágora. (En la imagen, Andrés Salom es el cuarto por la izquierda)

La experiencia de un asiduo lector de García Márquez confirma que el autor colombiano escribió otras grandes novelas, aparte de Cien años de soledad.

Al estar este número 12 de Ágora dedicado a García Márquez con motivo de cumplirse el cuarenta aniversario de la publicación de la que se considera su obra más representativa, Cien años de soledad, se ha querido recabar para sus lectores la opinión al respecto del poeta, taurófilo y flamenquista, Andrés Salom, habiéndole correspondido a este servidor de ustedes la, en principio, preocupante, tarea de entrevistarle. Pues para quien, como es mi caso, sólo le conoce a través de sus artículos semanales en el diario La Opinión de Murcia, comúnmente mordaces y de una ironía cercana en el sarcasmo..., tendrá forzosamente que ponerse en guardia antes de entrar en materia. Pero no. El hombre nos recibe rodeado de sus perros, sus gatos, sus canarios y sus chinchillas..., amabilísimo y dicharachero, cual si pretendiera con ello que nos pasara desapercibida su condición de octogenario.

(Andrés Salom, junto a José Gelardo, el lunes 16 de marzo, en la Biblioteca Regional de Murcia)

P. ¿Cómo valoraría Andrés Salom la narrativa de Gabriel García Márquez, de la que tenemos entendido que eres uno de sus más asiduos lectores? Le disparamos de improviso y sin preámbulos; no fuera que fuésemos a llegar tarde. Pues ochenta y pico años son muchos picos. Lo son incluso para nuestro entrevistado, a pesar de sus actitudes de jovenzuelo con las que se diría que pretende que nos pase desapercibida su condición de aspirante a centenario.
Pero así y todo, su respuesta es reposada y firme: la propia de quien no está dispuesto a admitir el menor resquicio de duda acerca de sus opiniones.
R.- Al igual que en el romance pachanguero aquél en el que el cantaor Pepe Pinto decía tener el corazón repartido entre dos amores, te diré yo, en lo que se refiere a la narrativa contemporánea, tengo también el mío repartido, pero no entre dos amores, sino entre tres; dándose la circunstancia de que los tres son hispanoamericanos: Rulfo, Borges, García Márquez. Y a pesar de que todavía no he tenido tiempo de hacer una atenta relectura del argentino, no dudo en colocar a Gabriel muy por encima de los otros dos. Y en el ámbito de las otras lenguas que yo más o menos entiendo –no paso por las traducciones- sólo algunas de las novelas de Marguerite Yourcenar considero comparable con las mejores del colombiano.

P.- ¿Y ninguno de los nuestros?...
R. Me costaría mucho trabajo tenerme que pronunciar por uno de entre los centenares de narradores actuales con que contamos hoy en día en España. En cantidad es de suponer que vamos los primeros. Y si por una cuestión en que me fuera la vida me viera obligado a hacerlo, seguramente me pronunciaría por el anciano José Luis Sanpedro. Y no precisamente por solidaridad generacional entre puretas; sino por querer ser objetivo. Tenemos, eso sí, muy buenos prosistas entre cuyos párrafos y la poesía apenas existe línea divisoria. Pero se diría que no tienen nada que decir ni que contarnos, y se agarran al tópico de que ya está todo dicho y escrito. Y sin embargo, si les diera por el género esperpéntico, con sólo mirar a su alrededor, les iba a sobrar material a porrillo.

P.- Volvamos, pues, a lo nuestro. ¿Qué aspecto de la obra de Gabriel García Márquez destacarías entre los demás?
R.- Sin lugar a dudas, la gran naturalidad con que consigue involucrar al lector en la magia de sus mundos, pero sin dejar de lado su amenidad narradora ni el valor que a veces sabe dar a la palabra en sí misma. En Cien años de soledad, pongamos por caso, para rendir un gran homenaje a su amigo Cortázar, tiene suficiente con sacar a relucir el nombre de uno de los personajes de Rayuela: Rocamadour.

P.- Tenemos entendido que tuviste ocasión de conocerle personalmente.
R.- Bueno, sí. Herrera Petere nos presentó en cierta ocasión. Ya ha llovido: fue en Ginebra en 1962. Me pareció una persona bastante apocada. Pero fue muy amable conmigo y me regaló un ejemplar dedicado de su primera novela La hojarasca, que por cierto no me gustó. Uno más, me dije. Pero luego, cuando unos quince años más tarde cayó en mis manos un ejemplar de El otoño del patriarca y le hice dos ávidas lecturas una por encima de otra en estado casi febril a lo largo de un fin de semana... en vez de empezar a darme coscorrones contra la pared, como habría sido lo lógico, me limité a decirme a mí mismo que todos tenemos derecho a equivocarnos por lo menos una vez en la vida.

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