El escritor pacense Emilio Morote Esquivel, es el invitado de nuestro ámbito cultural "Los martes de luna llena presentan...", protagonista en varias secciones durante esta semana dedicada a él, que culminará el próximo jueves con su presencia en el acto organizado por nuestro semanario en el Museo de la Ciudad. En esta entrevista nos cuenta los aspectos más relevantes de su narrativa y de alguno de sus proyectos. Está decidido a quedarse en Murcia durante un tiempo y escribir su próxima novela en nuestra Región.
Cambiaste las interminables extensiones verdes de Extremadura por las céntricas planicies de Ciudad Real... ¿buscabas el origen del Guadiana?
Bueno, mi llegada a Ciudad Real se produjo en mi niñez más temprana, fue una decisión de mi familia, por lo tanto, yo no tuve nada que ver en ella. Puedo entender, por tus datos biográficos, que eres un autor tardío, apenas siete años escribiendo... ¿O retomaste la escritura hace siete años?
Y siguiendo con la naturaleza y las cosas que te rodean. ¿Cómo influyen en tu literatura? Por ejemplo tus oficios anteriores a ser escritor, ¿cómo han determinado tu obra?
Otro dato sorprendente de tu biografía es tu relación con la Región de Murcia, ante la que te presentarás el próximo 22 de febrero en el Museo de la ciudad. Y digo esto pues has participado, y quedado muy bien situado, en premios literarios de Mazarrón, de la Universidad de Murcia...
No puedo terminar la entrevista sin que me cuentes cómo un escritor nacido en Badajoz, que vive en Ciudad Real, termina publicando en una editorial de Cádiz.
En La Mancha existe un mal endémico: nadie residente o nacido allí puede triunfar en La Mancha. Ninguna editorial manchega puso interés en lo que yo hago, ni editoriales ni instituciones públicas o privadas. Así que ofrecí mi primer manuscrito a Castellarte, la editorial gaditana, y pusieron gran interés en él. He de decir que estoy muy contento con ellos, que son una gente muy profesional, a pesar de tratarse de un negocio casi artesanal, cuidan los libros y cuidan a los lectores, son formales, algo que cada vez se echa de menos en España. Castellarte es una editorial pequeña, familiar, pero muy muy competente.
Yo había escrito algo en la niñez, en la preadolescencia. Con trece años escribí yo solo un periódico para el colegio, las noticias, los pasatiempos, la columna de opinión, todo inventado, hasta las meteorológicas y las deportivas. Me lo pasé muy bien. Luego, a los catorce años, escribí un relato que todavía conservo, una historia de unos gángsteres que van a un pueblo en busca de un científico que ha creado un droga con la que convertir a la gente en zombis. A los doce años también participé en la escritura de una obra de teatro, pero el mérito se lo llevó otro chaval; le dieron un premio y a mí nada (parece que ese es mi sino). También a los quince años empecé una novela a mano, que todavía conservo por ahí. A los veinte años, en la mili , precisamente en Murcia, escribí un relato a máquina, una historia de terror titulada “El armario”, del tipo de las de Chicho Ibáñez Serrador, ya sabes, aquellas historias para no dormir. Al fin, a los veintiuno escribí la que sería mi última incursión en las letras, al menos de momento: otro relato de terror, titulado “El sumidero”, una historia de un nadador que descubre que tiene una enfermedad en su fase terminal y que conoce a un ser que vive bajo las aguas de la piscina donde va a nadar cada noche.
Luego interrumpí la escritura. Durante unos quince años no hice nada, y en 1999 o así, empecé a escribir de nuevo, empecé desde abajo, aprendiendo las normas de puntuación, sintaxis, gramática... todo. Yo no tengo formación universitaria, así que tuve que empezar desde cero, practicando todos los días, escribiendo sin parar, al menos una hora al día. Y así hasta hoy.
Y siguiendo con la naturaleza y las cosas que te rodean. ¿Cómo influyen en tu literatura? Por ejemplo tus oficios anteriores a ser escritor, ¿cómo han determinado tu obra?
Yo creo que todo lo que le pasa al escritor tiene que ver con su obra. Cuando uno ser convierte en escritor actúa como una especie de filtro o más bien de espejo, que refleja todo lo que hay a su alrededor. Yo escribo de lo que veo, de lo que recuerdo, de lo que me cuentan. He vivido algunas experiencias extrañas, como por ejemplo haber trabajado de pincha discos en bares durante más de diez años, y eso es algo que te da material para escritura, para mucha escritura, porque por la noche, en los bares, la gente “se suelta la melena”; la gente de noche es de otra manera, se desinhibe, y lo que nunca te dirían de día, te lo sueltan en la cabina de un bar, al pincha discos, con toda naturalidad, te cuentan las historias más extrañas, puede que sean mentiras, pero eso no importa, porque lo importante de una historia es que esté bien contada, y ése es el oficio del escritor, coger lo que le cuentan y darle forma.
De hecho, haber trabajado de noche en bares, me ayudó mucho a la hora de escribir mi primera novela, Lágrimas privadas, la historia de dos jubilados que se meten en el mundo del trapicheo de droga a pequeña escala, dos hombres que se meten en un mundo totalmente ajeno al de las personas de su edad, y que viven una aventura totalmente ajena a lo que uno está acostumbrado a encontrarse en otros libros o películas. Me han hablado de películas como Tapas o El jardín de la alegría, que ciertamente tienen puntos en común con Lágrimas privadas, pero yo esas películas no las había visto antes de escribir mi novela. De hecho, yo me basé en ciertos personajes que conocí durante una estancia en Madrid. Me acuerdo de ver a un hombre en las fiestas de Alcalá de Henares, en los años ochenta, que vendía hachís a los chavales; a mí me impactó mucho, y un amigo mío, que conocía el percal, me dijo: “No, si esta gente no fuma, lo hacen para pagar el alquiler, con la pensión no tienen bastante”. También recuerdo que otro amigo mío decía, en aquellos años, que el tráfico de droga a pequeña escala es “el subsidio de empleo de mucha gente”; es una afirmación un tanto cínica, pero se corresponde con la realidad, y conste que no estoy haciendo apología de la droga en mis novelas, simplemente cuento lo que veo. Mucha gente me ha dicho que Lágrimas privadas es como abrir una ventana a la realidad, “la realidad misma”, dicen algunos.
Un aspecto curioso de tu obra, al menos así lo hemos comprobado en Náufragos, son los nombres de los personajes: Áspero, Bruñido...
Cuando yo me metí a escribir Náufragos, estaba muy influido por Paul Auster; de eso hace unos cinco años, cuando Auster no era tan conocido como ahora. Había leído Trilogía de Nueva York, que me dejó perplejo, sorprendido por la forma en que alguien, con un lenguaje tan sencillo y exponiendo situaciones tan simples, podía crear unas tramas tan inquietantes, tan complejas. Lo curioso es que Náufragos se escribió en dos etapas: la segunda parte antes que la primera. La segunda parte era un texto independiente, titulado Náufragos, y yo entonces le conté el argumento a una amiga mía que había leído todo lo de Paul Auster, y ella me dijo: “Hey, esa novela se parece a El país de las últimas cosas de Auster”. Fue en ese momento cuando me di cuenta de cómo me había influido el escritor americano. De modo que me dije: “puedo copiar su estilo, crear una historia parecida a Trilogía de Nueva York pero totalmente distinta, puedo generar una situación compleja con un lenguaje sencillo... o al menos puedo intentarlo”. Así que me puse a escribir la primera parte de Náufragos, Señales, que, ésa sí, estaba por completo ambientada en los universos de pesadilla creados por Auster cuando él mismo empezaba a escribir.
He de decir que no me importa que se me tache de imitador. Haber conseguido crear un texto como Náufragos imitando la técnica de Auster es algo de lo que no me avergüenzo: estaba empezando a escribir y necesitaba referencias de las que carecía; en ese sentido, Auster fue mi tabla de salvación, porque luego hubo un editor gallego que me ofreció el oro y el moro por la novela... para luego dejarlo en nada. Todavía conservo sus correos en los que me dice que “se va a volcar con la novela”; me dijo que la iba a publicar “a lo grande” si yo me comprometía a entregar una segunda versión más depurada. De modo que me puse a trabajar en ella, la reescribí entera, puliendo una narración que de por sí ya era bastante sobria. Luego, ese editor me la rechazó y él mismo, según supe después, se marchó o fue despedido de la editorial.
Pero no fue tiempo perdido, porque la segunda versión de Náufragos, la publicada finalmente, es mucho mejor que la primera, más escueta, más telegráfica, más efectiva para el lector, que nunca se aburre; porque uno podrá decir que le ha gustado o que no, pero que se ha aburrido no se lo he oído decir a nadie, pero a nadie. Me dicen “Oye, qué historia más rara”, y comentarios del estilo, pero nunca nadie me ha dicho que haya tenido que dejar el libro por la mitad.
Creo que si Náufragos tiene una virtud es la de ser una novela muy entretenida.
Y entonces, eso de los nombres, que era lo que me preguntabas: en la segunda novela de Auster, Fantasmas, utiliza nombres de colores para sus personajes (Azul, Negro, Rojo), y entonces yo me fijé en otro sentido, en el del tacto, y me propuse nombrar a mis personajes con aspectos que fueran identificados, digamos, con la palma de la mano: de ahí Áspero, que es el protagonista, Bruñido, que resulta ser parte de su pesadilla.
Cuando yo me metí a escribir Náufragos, estaba muy influido por Paul Auster; de eso hace unos cinco años, cuando Auster no era tan conocido como ahora. Había leído Trilogía de Nueva York, que me dejó perplejo, sorprendido por la forma en que alguien, con un lenguaje tan sencillo y exponiendo situaciones tan simples, podía crear unas tramas tan inquietantes, tan complejas. Lo curioso es que Náufragos se escribió en dos etapas: la segunda parte antes que la primera. La segunda parte era un texto independiente, titulado Náufragos, y yo entonces le conté el argumento a una amiga mía que había leído todo lo de Paul Auster, y ella me dijo: “Hey, esa novela se parece a El país de las últimas cosas de Auster”. Fue en ese momento cuando me di cuenta de cómo me había influido el escritor americano. De modo que me dije: “puedo copiar su estilo, crear una historia parecida a Trilogía de Nueva York pero totalmente distinta, puedo generar una situación compleja con un lenguaje sencillo... o al menos puedo intentarlo”. Así que me puse a escribir la primera parte de Náufragos, Señales, que, ésa sí, estaba por completo ambientada en los universos de pesadilla creados por Auster cuando él mismo empezaba a escribir.
He de decir que no me importa que se me tache de imitador. Haber conseguido crear un texto como Náufragos imitando la técnica de Auster es algo de lo que no me avergüenzo: estaba empezando a escribir y necesitaba referencias de las que carecía; en ese sentido, Auster fue mi tabla de salvación, porque luego hubo un editor gallego que me ofreció el oro y el moro por la novela... para luego dejarlo en nada. Todavía conservo sus correos en los que me dice que “se va a volcar con la novela”; me dijo que la iba a publicar “a lo grande” si yo me comprometía a entregar una segunda versión más depurada. De modo que me puse a trabajar en ella, la reescribí entera, puliendo una narración que de por sí ya era bastante sobria. Luego, ese editor me la rechazó y él mismo, según supe después, se marchó o fue despedido de la editorial.
Pero no fue tiempo perdido, porque la segunda versión de Náufragos, la publicada finalmente, es mucho mejor que la primera, más escueta, más telegráfica, más efectiva para el lector, que nunca se aburre; porque uno podrá decir que le ha gustado o que no, pero que se ha aburrido no se lo he oído decir a nadie, pero a nadie. Me dicen “Oye, qué historia más rara”, y comentarios del estilo, pero nunca nadie me ha dicho que haya tenido que dejar el libro por la mitad.
Creo que si Náufragos tiene una virtud es la de ser una novela muy entretenida.
Y entonces, eso de los nombres, que era lo que me preguntabas: en la segunda novela de Auster, Fantasmas, utiliza nombres de colores para sus personajes (Azul, Negro, Rojo), y entonces yo me fijé en otro sentido, en el del tacto, y me propuse nombrar a mis personajes con aspectos que fueran identificados, digamos, con la palma de la mano: de ahí Áspero, que es el protagonista, Bruñido, que resulta ser parte de su pesadilla.
Como un Guadiana literario, has asomado los ojos a las cumbres de los premios literarios. ¿Quieres contarnos tu experiencia en este mundo?
Sí que me he asomado; primero fue en el Premio de Novela Mario Vargas Llosa, de la Universidad de Murcia; el catedrático señor Polo me envió un certificado según el cual mi novela “Náufragos” había quedado seleccionada en la fase final del premio en el año 2002. En ese mismo año, la misma novela, “Náufragos”, que por entonces era sólo un boceto por cierto, quedó entre las veinte primeras del premio Herralde.
Pero lo mejor quedaba por venir. En mayo de 2006 recibí una llamada de la editorial Planeta, por la que se me hacía saber que una novela que tengo inédita había quedado seleccionada, de entre 172 y junto con otras 9, para la fase final del Premio Fernando Lara, que es un peso pesado dentro de los premios. Fui invitado a la cena de gala, y allí me encontré con gente como Sánchez Dragó, y al parecer también andaba por allí Eduardo Mendoza, según me dijo una azafata. Empezaron las votaciones, y de los diez que éramos, en la primera ronda eliminaron a cuatro con cero puntos; siguieron eliminando gente hasta que sólo quedamos, empatados, Sánchez Dragó y yo, con 19 puntos cada uno. Entonces llegó la última votación, yo estaba hecho un flan, pero la cosa quedó en nada: a Sánchez Dragó le dieron cuatro puntos y a mí uno, con lo cual no obtuve nada, pues en ese premio no hay nada previsto para el segundo finalista. De todas formas, fue una inyección de moral, porque competir con gente como Dragó y quedar tan cerca es todo un honor, no es lo mismo que te gane un desconocido que lo haga un señor tan prestigioso.
Finalmente, meses después y con esa misma novela inédita, entré otra vez en la fase final del Premio Herralde, ahora del año 2006, que fue ganado por un venezolano y una norteamericana. No hubo suerte. O sí la hubo, según se mire.
Otro dato sorprendente de tu biografía es tu relación con la Región de Murcia, ante la que te presentarás el próximo 22 de febrero en el Museo de la ciudad. Y digo esto pues has participado, y quedado muy bien situado, en premios literarios de Mazarrón, de la Universidad de Murcia...
Bueno, yo estuve un año en Murcia, cuando hice la mili, y cuando vi los premios de relato de Mazarrón me presenté con dos cuentos, “El guapo Dionisio” y “Astronautas en el patio”. El primero de ellos se va a editar ahora en un libro de cuentos; el segundo tendrá que aguardar un poco más. Siempre he sentido un cariño especial por Murcia capital, pues yo andaba por allí hace mucho tiempo, cuando salía del cuartel, y me gustaban sus bares, sus calles peatonales, las terrazas donde se sienta la gente, me parece una ciudad cómoda y amable, donde se puede pasear con tranquilidad sin los agobios de una gran urbe. He vuelto varias veces por Murcia, y siempre me he sentido muy bien. Y espero volver a hacerlo cuanto antes, sobre todo espero con impaciencia el día de la presentación de mi novela.
Háblanos de Lágrimas privadas, tu primera novela editada.
Ya te he contado un buen trozo ahí arriba; pero me gustaría añadir algo más, algo que quizá les sirva a los escritores que empiecen. Cuando acabé el manuscrito vi que no había quedado como me gustaba: la historia era buena, pero no el acabado, lo cual es comprensible, porque yo estaba empezando, y mi estilo evolucionaba tan rápido, que se notaba diferencia de calidad entre las primeras páginas y las últimas, parecían escritas por personas distintas. Así que tiré por la tremenda: abrí el ordenador con la pantalla en blanco y escribí de nuevo la novela, entera, de cabo a rabo, sin aprovechar ni una sola frase de la primera versión. Es decir, conté la misma historia dos veces, con distintas palabras, los mimos hechos, la misma correlación, los mismos personajes, todo era igual, pero la segunda versión, la publicada, me quedó bastante mejor que la primera, que por cierto todavía conservo.
Ya te he contado un buen trozo ahí arriba; pero me gustaría añadir algo más, algo que quizá les sirva a los escritores que empiecen. Cuando acabé el manuscrito vi que no había quedado como me gustaba: la historia era buena, pero no el acabado, lo cual es comprensible, porque yo estaba empezando, y mi estilo evolucionaba tan rápido, que se notaba diferencia de calidad entre las primeras páginas y las últimas, parecían escritas por personas distintas. Así que tiré por la tremenda: abrí el ordenador con la pantalla en blanco y escribí de nuevo la novela, entera, de cabo a rabo, sin aprovechar ni una sola frase de la primera versión. Es decir, conté la misma historia dos veces, con distintas palabras, los mimos hechos, la misma correlación, los mismos personajes, todo era igual, pero la segunda versión, la publicada, me quedó bastante mejor que la primera, que por cierto todavía conservo.
Y por fín Náufragos, que es tu reafirmación en el mundo literario.
“Náufragos” es para mí algo especial. Ya te he dicho cómo fue el proceso creativo. Pero puedo añadir algo más. Yo me proponía crear una historia donde se reflejaran los vericuetos mentales de un enfermo, de un enfermo psíquico, alguien aquejado por una psicosis o una paranoia o una esquizofrenia, enfermedades que cada vez se dan más en nuestra sociedad. Hablé con gente, con empleados de psiquiátricos, con enfermos mentales, con drogadictos... Y extraje una consecuencia: el cerebro es un almacén de historias, de recuerdos, se le puede dar forma a una pesadilla, que es lo que hice. Todo “Náufragos” no es más que una horrible pesadilla, algo que todos tememos: que nuestro mundo, el que hemos construido a nuestro alrededor, se desmorone y todo pierda sentido. Eso es lo que le sucede a Áspero, el protagonista, que se escribe una carta a sí mismo, y, como si ése fuera el desencadenante o la señal de salida de una carrera de perturbados, así comienza su odisea. “Náufragos” está muy influida por Paul Auster, ya lo he dicho, en cuanto a la técnica; pero en cuanto a los argumentos creo que se parece más a Karka, sin duda, y algo a Borges, que nunca escribió una novela, pero del cual he aprendido mucho.
“Náufragos” es para mí algo especial. Ya te he dicho cómo fue el proceso creativo. Pero puedo añadir algo más. Yo me proponía crear una historia donde se reflejaran los vericuetos mentales de un enfermo, de un enfermo psíquico, alguien aquejado por una psicosis o una paranoia o una esquizofrenia, enfermedades que cada vez se dan más en nuestra sociedad. Hablé con gente, con empleados de psiquiátricos, con enfermos mentales, con drogadictos... Y extraje una consecuencia: el cerebro es un almacén de historias, de recuerdos, se le puede dar forma a una pesadilla, que es lo que hice. Todo “Náufragos” no es más que una horrible pesadilla, algo que todos tememos: que nuestro mundo, el que hemos construido a nuestro alrededor, se desmorone y todo pierda sentido. Eso es lo que le sucede a Áspero, el protagonista, que se escribe una carta a sí mismo, y, como si ése fuera el desencadenante o la señal de salida de una carrera de perturbados, así comienza su odisea. “Náufragos” está muy influida por Paul Auster, ya lo he dicho, en cuanto a la técnica; pero en cuanto a los argumentos creo que se parece más a Karka, sin duda, y algo a Borges, que nunca escribió una novela, pero del cual he aprendido mucho.
No puedo terminar la entrevista sin que me cuentes cómo un escritor nacido en Badajoz, que vive en Ciudad Real, termina publicando en una editorial de Cádiz.
En La Mancha existe un mal endémico: nadie residente o nacido allí puede triunfar en La Mancha. Ninguna editorial manchega puso interés en lo que yo hago, ni editoriales ni instituciones públicas o privadas. Así que ofrecí mi primer manuscrito a Castellarte, la editorial gaditana, y pusieron gran interés en él. He de decir que estoy muy contento con ellos, que son una gente muy profesional, a pesar de tratarse de un negocio casi artesanal, cuidan los libros y cuidan a los lectores, son formales, algo que cada vez se echa de menos en España. Castellarte es una editorial pequeña, familiar, pero muy muy competente.
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