domingo, 14 de febrero de 2010

Ignacio Borgoñós nos recita a Petrarca entre Toledo y Budapest


Ignacio Borgoñós, Cartagena 1975. Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Murcia y Máster en Periodismo por El Correo y la Universidad del País Vasco. En la actualidad trabaja en el Gabinete de Prensa de la Red de Centros Tecnológicos de la Región de Murcia. También es colaborador de diversos medios como La Opinión y Cadena SER y ejerce como profesor de creación literaria.

En su trayectoria destacan los más de doce premios literarios que ha ganado. Es autor del libro de relatos Tríptico toledano y de las novelas Hotel Mandarache (2005), Ánimos sombríos (2006), con la que consiguió el premio libro murciano del año en categoría narrativa, y de Recitando a Petrarca (Alfaqueque ediciones, 2009) con la que llegó a ser finalista del premio Mario Vargas Llosa 2008.

Una entrevista de Francisco Javier Illán Vivas

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Pregunta.- Destaqué, en el comentario de tu novela , la conversación que mantuviste con nuestro común amigo Juan de Dios García, en el sentido de que en ella hay un poso sentimental. Algo que, en la dedicatoria que me firmaste el pasado 4 de enero, también destacaste de esta obra.
Respuesta.- Claro que lo hay. En la vida existe este poso, que diferencia como ningún otro el éxito y la felicidad de las personas, por lo tanto en una novela también debe estar bien presente. En mi obra siempre lo ha estado. Y Recitando puede ser un claro ejemplo de ello, donde el protagonista, el arquitecto de origen español afincado en Budapest, Gabriel Siloé, tiene un gran éxito profesional, no obstante se le acaba de conceder el premio Pritzker de arquitectura, el más grande de la profesión, pero en cambio no es un tipo afortunado sentimentalmente por más amantes que coleccione. Se trata de alguien que aparece al principio de la novela como un borracho capaz de engrosar la lista de muertos por la helada nocturna de Budapest, eso sí, un borracho culto que lleva siempre junto a él un libro de Petrarca. Algo falla en su vida y eso es precisamente la arquitectura sentimental.

P.- Una novela donde cuidas mucho el lenguaje, ¿no crees que ese plus de calidad puede apartar al actual lector, más acostumbrado a otras cosas que no le hagan pensar qué significan las palabras que está leyendo?
R.- Lo puede apartar, pero eso es un problema del lector. Digamos que yo trato de despertarle a gritos, le doy muchas pistas para la reflexión en la novela, y una de ellas es el lenguaje, no podemos olvidar que nos movemos en la lengua de Cervantes, en la más rica del mundo, y es un error terminar escribiendo conforme los dictámenes de los mensajes del teléfono móvil. Es un esfuerzo deliberado por mí como creador, pero es que además encuentro gran belleza en las palabras, en la manera de narrar esforzada, en los arabescos del lenguaje, que a mi juicio, no hacen sino embellecerlo. Creo en ese plus, creo que se puede contar una buena historia, y además, aderezarla con una buena manera de escribir, por lo tanto no deben ser enemigos.

P.- Supongo que detrás de esta novela hay un trabajo preciso, como mínimo, de conocer Budapest y Toledo. ¿Por qué no Cartagena o Bilbao y París, por ejemplo?
R.- Pues sí, es cierto. A mí me gusta escribir sobre lo que conozco, sobre lugares visitados, vividos y queridos, más tarde evocados. Respecto a las ciudades que citas, para mí también han resultado ciudades literarias, no obstante Hotel Mandarache es una novela con el telón de fondo del Modernismo en Cartagena, Bilbao se erige soporte para Instrucciones para localizar a Teresa Aguinaga, uno de mis cuentos premiados, donde por cierto aparecen por primera vez los catedráticos húngaros que luego saco en Recitando, y finalmente París, que es la ciudad más bella a mi juicio, donde he llegado a herirme de belleza y he amado, es el maravilloso paisaje urbano de la siguiente novela que he escrito.

P.- Gabriel Siloé nos dice, por boca de su colega Konya, que en la vida de todo hombre se da la constante de los tres amores: platónico, fáctico y carnal.
R.- Así es. Se trata de reflexionar sobre ello, porque no siempre el amor muestra una misma cara o atraviesa una misma etapa, sino que me da la impresión que crece conforme lo hace la persona, es el lugar donde hallaremos mayores decepciones, pero también donde encontramos la plenitud. Todos hemos estado enamorados de alguna persona a la que hemos idealizado, y a la que jamás llegamos a acceder, como el propio Petrarca. Luego está ese amor que es el más adecuado, un amor maduro, trabajado, querido, que es sin duda el mejor. Y antes o después también hemos deseado a otras personas, que si bien solucionan lo inmediato, suelen resultarnos vacías más allá de las sábanas.

P.- En esta novela encontramos muchos fragmentos poéticos: la esquizofrenia de los tiempos, la ciudad tenía el color del hielo, paredes verticales del desasosiego, evitar la belleza de unos ojos que lo miraban desde la infinita soledad del pasado... Y estas citas sólo son de las primeras páginas.
R.- Está claro que la poesía goza de mi agrado. Hacer prosa poética me interesa, buscar la belleza de las palabras y luego de las frases, de las construcciones que musicalicen mi escritura. Siempre he querido hacer eso. No creo en la economía narrativa, el lenguaje es demasiado bello para simplificarlo. Así que decidí darle otra herramienta al lector para que me conozca mejor, y esa es la poesía, que está en mis títulos, en mis citas y a lo largo de toda la obra. La poesía está llena de belleza y hemos de preservarla.

P.- No me cabe duda de que un acontecimiento como el ocurrido en la boda de Laura Fiume y Pablo Macías, su desenlace, y el motivo, no sólo correría como la pólvora por Toledo, sino por las ciudades cercanas.
R.- Se trata de una de las partes más visuales de la novela, la tragedia acaecida durante la celebración de una boda en un hotel de Toledo, donde el novio rompe los cristales del último piso del hotel donde se está celebrando su boda, para suicidarse al ver la imagen intolerable de su esposa vestida de novia, con otro hombre cerca de los aseos. Esto tiene mucho de ficción, pero se basa en una historia real que llegó a mis oídos. El escándalo estaría servido y aquello calaría hondo en la sociedad, por eso Gabriel Siloé puso tierra de por medio, porque él fue el causante de esa tragedia, por orgullo, por no saber dominar su propia vida. Digamos que allí no sólo murió Macías, sino que otros muchos también lo hicieron. Y sólo el tiempo puede dar una nueva identidad a quien quedó en pie después de la tragedia.

P.- Con don Jaime creas un personaje que, por el tiempo en el que sitúas la acción, se adelanta a su tiempo y hoy es una figura extendida por muchas ciudades y municipios. Y, digamos que lamentablemente, la Región de Murcia es un ejemplo negativo de ello.
R.- La especulación urbanística es un mal extendido. Don Jaime es el prototipo de hombre que encarna esa forma de hacer dinero a toda costa, caiga quien caiga y empleando los recursos que sean necesarios, sean éstos lícitos o no. Pero me temo que caciques como él los ha habido en todo momento y época. Es acertada la apreciación. Murcia sabe mucho de esto, ha creado auténticos monstruos, tipos forrados con el ladrillo que no saben ni hablar, además de que no ha contado con un plan ordenado de crecimiento, al contrario de otras ciudades más desarrolladas del norte de Europa.

P.- Por cierto, el premio Pritzker no es una invención del autor.
R.- No. Es un premio real, el Nobel de la arquitectura por así decirlo. Norman Foster lo tiene y en la actualidad el ganador es Peter Zumthor. Sus obras están ahí. Tipos así me inspiraron para crear a Gabriel Siloé, incluso para idearle toda una obra, trabajos en Estados Unidos, en Portugal, llegando a inventarme los puentes conocidos como Las manos de Europa, uno colocado en París sobre el Sena y otro en Budapest sobre el Danubio, para encerrar entre esos dos puentes con forma de mano, cuyas palmas se miran, Europa. Es algo muy poético, con connotaciones políticas, y además me resulta curioso que en la actual arquitectura afamada se den tan pocos casos de hacer coincidir la funcionalidad con la escultura aplicada a ella, como he ideado con estos puentes con forma de mano.

P.- Hemos citado a don Jaime, padre de Gabriel. Y aunque en la novela puede leerse que “los destinos de los hombres vienen marcados por una pelea definitiva y tribal entre semejantes por un ser deseado”, ¿realmente el deseo de poder, dinero y acostarse con otras señoras, pueden llevar a esas trágicas relaciones entre las familias?
R.- Está escrito. Desde la Biblia hasta los clásicos, se habla de ello. Claro que sí, un lazo familiar es algo importante, pero el ansia de poder, de dinero o de tener sexo con otra persona es una fuerza infinitamente mayor que, a mi juicio, ha causado gran parte de los males de la humanidad, porque no guarda otro criterio que el del más fuerte. Es algo muy básico, pero por eso mismo tiene más fuerza. En el caso de los Siloé, padre e hijo habrán de disputarse a una misma mujer. Pero difieren en todo, son antagónicos, no parecen padre e hijo, en cambio lo que sí sucede es ese destino que los conduce hasta el delta del enfrentamiento donde ambos saben que sólo podrá quedar uno en pie.

P.- De todos los personajes secundarios, que en momentos determinados adquieren protagonismo, se libran las hermanas de Gabriel, que me han parecido como dos sombras cuya presencia, no obstante, no puede obviarse.
R.- Pues quizás son las más afortunadas, las más inteligentes, quienes mejor viven, quienes le han ganado la apuesta a la vida, precisamente porque han permanecido al margen. Es un reflejo de lo feliz que podría haber sido la familia al completo si el azote del deseo y las aspiraciones hubieran pasado de largo, pero cada cual es dueño de sus actos y ellas, en parte como víctimas, abandonaron Toledo por la capital, para tener la oportunidad de ser felices, cuestión a la que ni padre ni hermano se aproximan, ni saben lo que es.

P.- En tiempos de lo políticamente correcto, que parece pretende poner una venda sobre los ojos, en tu novela leeremos una precisa crónica social y política.
R.- Recitando a Petrarca no es sólo una novela sentimental, que lo es, pero tiene otras muchas lecturas, como social y política, entre otras. Aquí critico la corrupción, el maltrato, el curioso vacío en el que vivimos pese a haber alcanzado el estado del bienestar, así como reflejo la evanescencia resultante de quitar el soporte del sistema comunista para incorporar a Hungría al capitalismo, que convertirá a personajes como Kozak, un comunista convencido, en un tipo cuya razón de existir no tiene sentido. Un escritor como yo lo concibo, debe encargarse de denunciar lo detestable de su tiempo, como lo hicieron Víctor Hugo o Clarín, por ejemplo, es decir, contar lo que pasó. Ahora estamos en la época de los centros comerciales y, a la vez, llenos de infelicidad y frustraciones. Quien lo entienda que me lo explique, por favor.

P.- Cuando en una novela se cita un determinado libro, siempre me gusta preguntar al autor por qué ese libro y no otro. En Recitando a Petrarca está claro hacia dónde debe encaminarse mi pregunta, pero no sólo Petrarca. Luis García Montero también está presente en tu novela. ¿Por qué ellos y no otros?
R.- El poeta granadino Luis García Montero me parece un gran poeta. Lo admiro, lo he leído mucho, es uno de los poetas que más he leído. Y en el poema homónimo que aparece en Tristia, hay unos versos que me inspiraron: “entonces/ yo digo que estás loca y me respondes/ recitando a Petrarca de memoria.” Por eso, por ser honesto con la evocación, con el título de la novela, lo cito a él con sus versos para no inducir a error. Además, es un ejercicio premeditado el de poner a mis novelas un título que sea parte de un verso, citarlo antes de comenzar con el texto y terminar con las mismas palabras del título. Es algo parecido a Un ser de lejanías de Umbral, que es una cita de Heidegger “El hombre es un ser de lejanías”. También hace ese ejercicio con el título Javier Marías, aunque él no suele desvelar el autor.

P.- Me vas a permitir unas preguntas más generales, sobre tu proceso creativo. En tu biografía observo que has escrito cuento y novela. Y que en cada nueva obra que entregas al editor, pretendes añadir un plus de expresión literaria. ¿Cómo sabes cuándo un texto es bueno o no?
R.- Aunque algunas veces fallo, no es lo normal porque he desarrollado un olfato especial para ello. En un par de ocasiones he escrito cuentos fracasados, que simplemente no son buenos, pero en la mayoría de las ocasiones si pasan de cierta extensión y van bien en ese momento, suelen ser buenos trabajos, o al menos así me lo parecen a mí. Creo que el autor debe ser el primer crítico, el primer filtro. Estar seguro de que se trata de un texto bueno antes de publicar o participar en un premio. Es instinto. Pero también hay mucho de trabajo obrero, de oficio, y por encima de todo, está una buena idea trabajada de manera previa, antes de poner una sola palabra sobre el folio.


P.- ¿Usas mucho la papelera? Te lo pregunto porque en una anterior entrevista Blanca Andreu nos decía que publicar un libro al año a toda costa para estar en el candelero va en detrimento de la obra, que ella usa mucho la papelera: hay que pensárselo mucho para poner en el papel algo que merezca la pena se leído.
R.- Las prisas siempre son malas, excepto en los momentos de inspiración infinita. Hay escritores que dicen “escribí la novela en un mes”. Yo, la verdad, lo veo imposible. Soy un escritor lento, más bien cuento por años, por eso utilizo la papelera muy poco. Se trata de textos muy trabajados previamente, hay mucha anotación previa, he pasado la novela fotográficamente por mi pensamiento, el margen entonces se estrecha, la papelera empieza a alejarse.

P.- ¿La buena literatura está hecha por gente desobediente?
R.- Sí. Supongo que el hecho de escribir conlleva cierta desobediencia. Hay algo de ruptura, de querer cambiar la realidad o al menos amoldarla a la visión del mundo que el escritor tiene. Digamos que es necesario que el autor mantenga esta actitud. A mi juicio, grandes novelas de mi predilección como La metamorfosis de Kafka o El extranjero de Albert Camus, van más allá de una historia, se impregnan de significado y desean denunciar, desean esa desobediencia del pelotón, separarse de la alineación extendida por la sociedad. Estos autores emplean el megáfono de sus obras para dirigirse a un mundo con dificultades auditivas. Apruebo esa rebeldía, lo que me convierte en enemigo de la literatura políticamente correcta, anestésica, la de consumo.

P.- Anuradha Roy, la escritora hindú, declaró que escribir es al mismo tiempo un regalo y una opresión. ¿Cómo lo sientes tú?
R.- Todo tiene un precio. Escribir es un acto creativo y por lo tanto, agotador. Tiene una cara amable, el veneno de darle a la tecla, la satisfacción de ver tu obra en una librería, el encuentro con los lectores, sentirte dichoso por tener un don preciado; pero por supuesto que aparece la opresión, puesto que si escribes lo haces porque sientes que algo va mal, porque deseas ajustar cuentas de alguna manera con el mundo que ves a tu alrededor, el que te está oprimiendo en tu interior. Es cierto, escribir tiene un origen bipolar.

P.- Como has escrito tanto novela como cuento, permíteme esta otra. Haruki Murakami dijo una vez que escribir novela es un reto, escribir cuentos un placer, que es la diferencia entre plantar un bosque o plantar un jardín. En tiempos donde prima la deforestación, y no sólo del mundo vegetal, ¿qué te parece esta comparación?
R.- Respetable. También compartida. Pero matizaría por mi experiencia personal que placenteras son ambas. Escribir cuentos puede ser lanzarse hacia la búsqueda de la perfección, en hacer un texto redondo, perfecto. Y puede llegar a entrañar la misma o mayor dificultad que una novela. La mayor diferencia es que son géneros distintos y que necesitan por lo tanto herramientas distintas. Pero a favor de ese novelista que es a la vez escritor de cuentos, diré que es un gran amante, pues puede disfrutar de varias damas literarias a la vez. La cita habla de jardines y bosques, de lo grande en extensión y lo más personal, pero no olvidemos que la belleza puede residir en ambos. Lo que es intolerable es la deforestación actual a la que aludías, comenzamos a vivir en una época de cielo oscuro y tierra yerma para la literatura. La culpa es del mercantilismo que conlleva el negocio de los libros, si olvidamos la calidad como lo estamos haciendo en la actualidad, pagando una pasta al escritor de templarios y asesinatos que vienen del frío, nos aguarda un futuro analfabeto y malos tiempos para una civilización que se agota, como se agota la buena literatura.

P.- Guillermo Conejero contó en una entrevista que la poesía puede y debe ocupar en el mundo de hoy el lugar vacante que antaño ocuparon en Occidente las creencias, los valores y las utopías. No para sustituirlas como tales, decía, sino para inducir al hombre a preguntarse quién es. (Terminaba reflexionando que una sociedad que se limita a sobrevivir sin preguntas acerca de las incógnitas y las claves de la vida individual y colectiva está muerta). ¿Podría ocupar ese espacio la literatura en general?
R.- Claro. La literatura en general o la poesía en particular. Así debería ser. La sociedad debe creer en algo, necesita hacerlo, busca el aliento de alguien que diga que no estamos solos, que podemos construir un mundo mejor, que éste puede ser comprendido. Alguien que cuente lo que fuimos o simplemente que nos haga sentir el calor reconfortante de la belleza. Creencias, valores y utopías fracasaron, en cambio la literatura siempre estuvo ahí resistiendo, es un buen puerto. Lo que me preocupa no es ese lugar, que ya lo tiene a mi entender, sino el daño que le está haciendo el mercado como decía antes. No hay que ser un vidente para darse cuenta que hay algo de terminal en la sociedad actual, algo de selección natural que nos acerca a la muerte de una civilización o al menos a colocarla en un estado vegetativo donde prima el control del pensamiento. Llevándolo al terreno literario, las mesas de novedades sostienen las obras de las mismas editoriales, los mismos autores, sin darnos cuenta estamos leyendo lo que el mercado quiere que leamos. Y la literatura no debería entender de mercados, creo en la literatura del hambre, en la pintura del hambre, que aunque no es lo ideal, al menos rebosa autenticidad. Ese patrón es el correcto, el que puede sustituir a utopías y creencias, pero debe ser puro y no pervertido por el mercado o de lo contrario habrá que dejar de leer a los contemporáneos.

P.- No sólo de letras vive el hombre. ¿Dónde podemos encontrar a Ignacio Borgoñós en la red? ¿O eres de los pocos que no tienen bitácora, ni página personal ni facebook de turno?
R.- Pues sí, debo de ser de esos últimos que nombras. En Internet se me puede encontrar tecleando mi nombre y apellido en un buscador, pero poco más. No, al menos de momento, no hay red social ni página. Hay novelas escritas, que es donde mejor se me puede conocer, hay amistad, relaciones personales...

P.- Y como esta sección se llama Hablando de libros, el futuro de los mismos, ¿cómo lo ve el finalista del premio Mario Vargas Llosa?
R.- Pues lleno de cambios. La reflexión sobre acontecimientos que cambiaron en su día el mundo de la escritura, como la invención de la imprenta, me dice que será positivo el libro electrónico, en cambio no me gusta la idea del todo, porque conlleva la pérdida de la sensibilidad, del contacto, el olor. Positivo también veo que ganaremos en espacio, pero tal vez obtengamos a cambio una vida vacía. No me aventuro a nada más, sólo a desear que voces acreditadas consigan que el futuro del libro no se convierta en su verdugo, sea su muerte por vía electrónica o mercantil, con algo que se parezca a la literatura aunque ya no lo sea. El caso es que no muera. Yo, desde esta entrevista, ya preparo la resistencia.

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