domingo, 29 de noviembre de 2009

José María López Conesa nos habla de las turbulencias psíquicas de muchos seres humanos


José María López Conesa nace en Molina de Segura en 1945. Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Murcia, ejerce de profesor en varios institutos de la provincia y es un estudioso del mundo clásico greco-romano y de la Edad de Oro de la literatura española.

Escritor costumbrista, investiga la conducta humana y expone con lenguaje sencillo y expresivo las penas y los gozos del alma humana.

Ha publicado, y se han comentado en Acantilados de Papel: Que se hunda el convento y otros relatos, 2004; Servidor de ustedes & amores bajo la Torre Eiffel, 2005; Atrapada, 2006; Lazos de sangre, 2007; y Preciada soledad, 2008.

Sus relatos han aparecido en diferentes revistas y en la antología Los martes de Luna Llena, 2009.

Turbulencias psíquicas es su última novela publicada.

Una entrevista de Francisco Javier Illán Vivas.
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Pregunta.- De la novela corta con la que se presentó, a la novela extensa; desde la costumbrista, a indagar en los secretos de la mente. Su bibliografía personal abarca ya muchas de las pautas de la conducta humana.
Respuesta.- Cuando elijo la idea eje de mis novelas, nunca sé hasta dónde puedo llegar. Tampoco me marco taxativamente el número de páginas que van a aparecer. El costumbrismo que empleo va desde la simple observación de las formas humanas de actuar hasta el análisis de la interioridad de los personajes. Para mí el ser humano es un binomio de soma y psique, aunque en ocasiones lo anímico ha sido devorado por la materia. Ahondar en los misterios de la razón del hombre es uno de mis propósitos como escritor. Me sirve de terapia personal y posiblemente ayude a los lectores a detener el ritmo estresante de esta sociedad que nos lleva a una vida anodina e inconsistente.


P.- Usted siempre puebla sus novelas con personajes que podemos encontrar en nuestras propias calles, muchas veces más cercanos de lo que nos gustaría reconocer, como es el caso de Marina.
R.- Es lo que veo. Nadie puede cerrar los ojos a la manifiesta situación por la que atravesamos. La gente se come sus problemas porque al individuo con el nos tropezamos le importa un bledo lo que llevas en tu alforja. No hay frase más necia, por insolidaria, que la que estamos hartos de oir: ese es tu problema. Nos hemos convertido en islas en el proceloso mar de este mundo demasiado ocupado en sacar a flote las penurias de cada uno. Es más, andamos recelosos, mirando de soslayo por si alguien nos quiere quitar lo poco o mucho que poseemos. Es cada día más rao ver gestos de altruísmo. La palabra gratis ha desaparecido. Nos movemos por el “do ut des”. Si no hay nada a cambio no hay trato. Egoísmo puro y duro


P.- Podemos leer en la contraportada de la novela: “... prisioneros de la celeridad imparable de la depresión, como consecuencia del engaño, la infidelidad, la falta de humanidad y el excesivo egoísmo personal. Es un análisis novelado de determinados comportamientos basados en la realidad.” ¿Cree realmente usted que tenemos solución? Me refiero a la Humanidad, ¿tiene solución o esos sentimientos irán en aumento?
R.-De momento, sólo se observan, aunque con lupa, personas que se dan a los demás. Son la excepción. Soy optimista de cara al futuro porque se está tocando techo y debe llegar el tiempo del cambio. Al final, si antes no llega la destrucción total, el hombre dejará de ser lobo para el hombre, como decía Rousseau. Pero para esto creo que pasará mucho tiempo. Para este cambio es necesaria la información y formación dentro del seno familiar y que cada uno, dejando de mirarse en la actuación de desdichados dirigentes sociales y embaucadores que miran sólo para su ombligo, reflexione y saque en consecuencia que el bienestar común debe primar sobre el propio bienestar.


P.- ¿Puede el amor curar los sentimientos negativos?
R.-Hoy día se toma la palabra amor de forma muy ambigua. Ahora bien, el buen amor, el auténtico mueve montañas, cambia actitudes, reafirma valores y, así entendido, sí es capaz de sanar las enfermedades del alma, como es el caso de Marina. Pero, repito, el amor hoy está muy manoseado y carece de los atributos que lo hacen grande. A base de hablar tanto del amor, su esencia se ha visto abocada a otros conceptos que se refieren a egoísmo y hedonismo. El amor bien entendido es el máximo resorte del que podemos echar mano para el cambio de una humanidad que transcurre vertiginosa a la confrontación y al desencanto.


P.- Siendo como es usted un amante del paisaje murciano, de la huerta, ¿por qué escogió Málaga como centro de operaciones para Turbulencias psíquicas?
R.- Málaga es una ciudad encantadora. Guardo de ella gratísimos recuerdos de mi juventud. En su serranía, durante los veranos que estuve haciendo CAOC, o sea, la mili universitaria me sentí abducido por sus paisajes, sus gentes, su clima. Y de eso hace mucho tiempo, pero no lo he olvidado. Como recompensa a tanta admiración situé en Mijas y la capital a mis personajes. Pienso volver a recorrer aquellos hermosos parajes e introducirme, de nuevo, en la frondosidad de sus arboledas, en la encrucijada de sus calles para renovar los compromisos de vida que, en tan maravillosa y preciada soledad, prometí cumplir.


P.- Me agrada el canto que Marina hace de sus recuerdos y de La Arboleja. Pero si hoy en día pasamos por esos lugares, veremos que queda poco verde y mucho cemento y asfalto.
R.-Cuando escribí la novela no quise visitar La Arboleja actual. Plasmé la antigua, como símbolo de la admirada huerta del Segura. Por desgracia, he podido comprobar que de aquel bello rincón no queda sino retazos que están condenados a desaparecer por culpa del cemento. Sólo me satisface el carácter de sus habitantes, la bondad de sus habitantes mayores que conservan la idiosincrasia de sus ancestros huertanos. La Arboleja que describo en la novela pasó a otra vida. Y he querido homenajear con nostalgia a la hermosa huerta murciana. Viene a ser como un nuevo canto del menosprecio de corte y alabanza de aldea.


P.- Al final de la novela hace usted un guiño a su personaje femenino, Marina; ¿o es al propio lector para dejarle en esa duda de que las cosas no son como parecen?
R.- La vida de hoy, la historia de mujeres y hombres actuales puede parecerse, tiene connotaciones con lo que le sucede a Marina. Marinas y Amaros inundan nuestra sociedad . Lo que ocurre es que nadie lleva en la frente, nadie enarbola el lábaro de la angustia. Todo es cuestión de preservar la angustia vital, el desconcierto y las estrecheces materiales y espirituales que nos inundan, ya que, exponerlas a la consideración de los demás sólo nos va a suponer más tragedia, más incomprensión. Hay mucho sufrimiento callado.
La mente trastrocada nos hace ver lo irreal como auténtico. Y cuando nos dedicamos a calibrar y meditar en el maremagnum confuso de nuestra mente atormentada, sólo conseguimos incrementar el dolor hasta la desesperación. Y así, somos capaces de buscar nuestra propia destrucción. ¿Para qué seguir luchando?


P.- Durante este año se ha atrevido usted con la poesía, y personalmente he tenido el placer de escuchar poemas suyos leídos en Radio Sentidos, Argentina.
R.- La vena poética llega a uno cuando se encuentra especialmente sentimental. En los momentos románticos, cuando uno se encuentra inmerso en la serenidad y en los momentos de regocijo o siente que el manantial del amor le llega con el ímpetu de las aguas salvajes no usa la prosa, prefiere el encanto de la poesía. Lo mismo sucede en el encontronazo que se puede sentir a la hora de rozar una tragedia. Yo en la poesía soy muy clásico y reconozco que la sumisión a la rima y la métrica puede obligarte a expresar el sentimiento con menos fuerza y rigor que si se utiliza la poesía moderna que va más al fondo que a la forma, al ropaje externo.


P.- ¿Cómo se siente ahora José María López Conesa? Me refiero ya casi en la jubilación. ¿Tiene más tiempo para escribir?
R.-La jubilación está a punto de llegar. Una inesperada intervención quirúrgica me ha apartado durante unos meses de mi labor profesional, la enseñanza, hasta que pronto me llegue la edad reglamentaria para asociarme a la amplia panda de los socios del dolce farniente. La jubilación, por otro lado, te puede confundir. Como se asume que el tiempo no cuenta, que no hay prisa para nada, se puede caer en la tentación del “mañana lo hago”. Las intenciones planificadas por muchos jubilados nunca se han llevado a cabo y, a poco que te descuides, entras en esa dinámica de inoperancia a la que te puedes acostumbrar siguiendo la tendencia de conducirse por la ley del mínimo esfuerzo. Espero que no sea ese mi camino. De hecho, intento aprovechar el tiempo y dar salida a las fiebres literarias que arden en mi mente. La inacción es mala compañera y yo no quiero ser un viejo jubilado, sólo un jubilado, pero activo.


P.- No tiene usted bitácora, ni página personal, no está en ninguna red social, no interviene en los foros digitales. ¿Cómo lo consigue?
R.- Yo soy un admirador de los espíritus inquietos, como sé que es tu caso. No me duelen prendas para repetir en público lo que te he dicho muchas veces de forma privada. Pero esa tarea, que debe ser ardua, estando siempre en el candelero informático, no la he sabido emplear, quizá, por mi falta de conocimientos o porque sigo fiel a las antiguas maneras del funcionario con manguitos. De verdad, soy un enamorado de la cultura severamente trasnochado. Igual me pongo en marcha y me instalo en la revolucionaria tarea informática. ¡Quién sabe!


P.- ¿En qué trabaja ahora la perseverante pluma de “Azote”?
R.-Tengo eb marcha varias cosas. Una novela, que guardo en el cajón para dentro de poco darle carpetazo. Algo de misterio encierra. Otra que estoy terminando es el “Diario de una joven de los ochenta”. Tierna y romántica. Además tengo que darle forma definitiva a la segunda parte de “Que se hunda el convento”, cuyo título en principio es “Ese tu amor” y que a lo mejor lo cambio. No pierdo el tiempo, como puedes ver, porque, además, sigo haciendo poesía en los momentos tiernos y escribiendo relatos cortos. Hay tarea por hacer. No tengo prisa por nada, no quiero atosigarme, ni marcarme una programación que me agobie, aunque pienso que tengo mucho que escribir, mucho que decir.


P.- Anuradha Roy, la escritora hindú, declaró que escribir es al mismo tiempo un regalo y una opresión. ¿Cómo lo ve usted?
R.- No participo de esa definición. Escribir, cuando destapas la olla, es una necesidad, un prurito que te proporciona cierta satisfacción y te mete en conflictos personales. Exige que abandones muchas cortapisas, muchos tabúes que han jalonado tu existencia. A las cosas hay que llamarlas por su nombre y hay que seguir los pasos que exige el guión. El día que no me encuentre a gusto manchando con rápida grafía los folios y plasmando las ideas que han configurado mi ética personal, lo dejaré todo y me dedicaré a otra cosa: hacer yoga, buscar el graznido del cuco o pasear por las aceras sin rumbo. Eso, si no me da por comprarme una cabra, la caña al hombro con el bolso lleno de mendrugos de pan y tirar para el monte. A veces siento la poderosa llamada de las alturas. Allí se puede gritar, respirar aire puro y triscar con la cabra al lado.


P. Como ha publicado poesía, permítame plantearle esta pregunta que hago a casi todos los poetas que entrevisto. En ese mundo de engaños, de infidelidad, de falta de humanidad y de excesivo egoísmo personal que usted describe en su novela, y al que le añado del cambio climático que amenaza nuestro futuro como especie, de la pandemia de H1N1, ¿qué sentido tiene la poesía?
R.-Es un consuelo. El poeta nunca muere, queda, aunque cambie de estadio, su voz que avisa, amonesta, alienta y anima. Yo, por ejemplo, siempre llevo a mi lado de ángel de la guarda a Quevedo. Lo llevo de la mano para que no se dé de bruces contra los picos de esquina. Me dice que soy buen lazarillo. Me habla con justeza, me recita diatribas contra todo lo que se mueve. Lo pasamos chipén.
La poesía es riqueza, primor, flor perenne que atrae, embelesa y sobrevivirá hasta el final de los tiempos. Me gustaría morir, cuando Dios lo quiera, recitándole a mis seres queridos una oda al amor.


P.: Ya sabe que esta sección se llama Hablando de Libros. ¿Cómo ve usted, o sigue viendo, el futuro de los mismos?
R.-A pesar de los avances, el libro seguirá teniendo perspectivas seguras. Nada relevará ni sustituirá al papel escrito encuadernado. Es una suerte que esto sea así.

Una vez más, ha sido un placer hablar de literatura con usted.

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